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Los jugadores del Atlético celebran el pase a cuartos.
El Atlético espanta sus demonios para seguir soñando
octavos de final | vuelta

El Atlético espanta sus demonios para seguir soñando

Se clasificó para cuartos tras superar por primera vez en su historia en competición europea una tanda de penaltis que comenzó perdiendo

Rodrigo Errasti Mendiguren

Martes, 17 de marzo 2015, 01:14

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La vida sigue siendo bella en el Calderón. Los penaltis resolvieron un intenso drama de 120 minutos en el que el Atlético buscó más la gloria y el reconocimiento a su fe y entrega. Simeone eligió a sus actores de más talento en el principio, pero la película no fue la que imaginó. El desenlace, tras los nervios, la incertidumbre y el miedo vivido, permitió seguir soñando a una afición que está emocionada con su equipo, que le permite soñar con retos que había olvidado. Su fútbol no es de belleza clásica, está alejada de lo tradicional. Algo parecido a lo que sucedía en American Beauty, donde una bolsa flotando transmitía a muchos que la belleza de la vida no está en los estándar tradicionales. Y es que el Atlético, vigente subcampeón europeo, ha elegido otros senderos para alcanzar la gloria. Y si es con Torres, que marcó el último penalti local, la felicidad es máxima.

Esos dichosos aficionados se sorprendieron horas antres al conocer que Cani, con 69 minutos desde que llegó a rebufo de Torres, estaba elegido para protagonizar un rol principal en un día grande. Sus dos ensayos previas se sumaban por derrotas, en Vigo entrando por el Niño y en la recta final de la remontada no completada ante el Barça en Copa, entrando por un Arda que interpretó aquel día su actuación más colérica. Además del maño, sin ritmo de juego, llamaba la atención la ubicación de Gámez como lateral izquierdo. Extraño pero entendible con Ansaldi inédito desde el incidente policial y Siqueira sin citar. El recuerdo del malagueño en esa zona tampoco era el mejor, ya que Messi le hizo sufrir en su última probatura a pie cambiado. Con ese argumento arrancó el primer acto. A la emoción habitual se le unió unos espectaculares efectos sonoros solicitados por Simeone. Los dos primeros córners fueron celebrados como si el Calderón hubiese mutado en Ibrox Park. El hombre que debía canalizar la acción, Koke, arrancó nervioso, enviando en largo con apoyos cerca y perdiendo balones en la frontal buscando combinar haciendo un caño al rival. Tener un rol en el centro no le termina de convencer al canterano, que fue de menos a más.

El duelo entró en la dinámica que gustaba a los alemanes, que interpretaban el papel de villanos por su posición de ventaja en la elimintoria. Pese a agrupar a varias de las figuras con más capacidad técnica, la mezcla no funcionaba. El guión no era perfecto, ni mucho menos. De hecho, había agujeros pero no fueron aprovechados por Son. En uno de sus acercamientos se hizo daño Moyá. Un imprevisto, que hizo aparecer en el campo a un prometedor talento, relegado al segundo plano. Oblak quería ser el héroe del día, y lo sería, pero entonces apareció Mario para tapar de un plumazo las dudas que estaba generando en defensa. Un zurdazo que rozó en Toprak y entró en la red de Leno. Un botín entre tanto barrizal. Explosión de alegría y tensión en aumento. Tenía el Atlético una hora para conseguir otro gol, no parecía mal panorama para el espectador medio que disfruta viendo situaciones de nervios ajenas. Oblak tuvo que demostrar que había entrado en calor. Mandzukic, fiable en noches de estrellas europeas, se durmió en la mejor opción de conseguir el ansiado segundo tanto.

Un Bayer encerrado

El entreacto sirvió para la charla habitual sobre la intensidad vista, la entrega y la intercidumbre del desenlace. Fútbol poco. Mucha emoción e intensidad. Como en una lucha de gladiadores. Apareció sobre el césped Raúl García, el mulitusos capaz de interpretar todos los registros que le exigen con solvencia y en muchas ocasiones con brillantez. Su irrupción modificó el guión: aportó más vitalidad al juego local, aún poco fuido, y más peligro en área rival. Ambos parecieron olvidarse que no marcar obligaba a media hora más de emoción. El Leverkusen, viendo que Griezmann y Arda conectaron una vez con peligro pero sin terminar rematando entre palos, metió a Kiessling, otrora acaparador de los focos más brillantes. No consiguió evitar que su equipo siguiera replegándose cada vez en torno a su portero. Parecían que sólo las acciones a balón parado podían modificar el relato. Rizzoli quería su cuota de pantalla, sus minutos de gloria y empezó a sacar a amarillas a medida que se acercaba el desenlace. El Bayer se encogía cada vez más, ya no quería el balón y Arda, con las medias bajadas como los peloteos antiguos, obligó a intervenir a Leno.

Entonces Simeone llamó a Torres, que debutó en Champions como atlético. Se desató la locura pero su presencia no evitó el tiempo extra. Antes de que empezara, la afición madrileña animó a los suyos que estaban arremolinados en torno al Cholo junto al círculo central para luego exigirle una dosis extra de testiculina. La última prórroga que se recordaba, Lisboa, era demasiado triste para sacarla a colación aunque era mejor perspectiva que los penaltis, suerte en la que siempre había terminado liminado el Atlético. Por eso, aunque fuera sin la chispa de Arda debía buscar el gol el equipo rojiblanco. Schmidt hizo dos cambios para cerrar con cinco atrás, amarrando la opción de los once metros. Leno aportó al plan de su técnico, basado en faltas tácticas, y frenó un disparo de Raúl García, que deseaba estrenar su paternidad con un gol. Con tanto cansancio un error parecía más probable y decisivo que un acierto. Rolfes rozó la gloria con un obús lejano pero los penaltis figuraban en el storyboard colectivo desde hacía muchos minutos. La grada cantó a Luis Aragonés y a Oblak, que paró el siguiente al fallo de Raúl. Tras completarse las sonrisas (locales) y lágrimas (visitantes) botó el Calderón, que olvidó sus miedos de prórrogas y penaltis. Para los atléticos, la vida sigue siendo bella.

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