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Dos aficionados pasan por la capilla ardiente de Di Stéfano.
La despedida de los niños de 80
adiós a la 'saeta rubia'

La despedida de los niños de 80

Veteranos aficionados madridistas despidieron emocionados a Di Stéfano en la capilla ardiente instalada en el palco de honor del Bernabéu

Luismi Cámara

Martes, 8 de julio 2014, 21:21

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«Me he venido sin que lo supieran en casa porque, a lo mejor, no me dejaban ir». No era un niño el que hablaba. Era uno de los ancianos que mantenían con rectitud y educación casi marcial la fila para acceder a la capilla ardiente de Alfredo di Stéfano, abierta en el palco de honor del Santiago Bernabéu, para rendir el último y sentido homenaje a su tótem de juventud, a aquel del que partió el mito del club de Chamartín. Emocionados y con lágrimas en los ojos muchos. Acompañados por sus nietos otros cuantos, con la esperanza de que esos niños guardaran entre sus futuros recuerdos la imagen del más grande. Todos ellos, entre las miles de personas que guardaron cola, esperaban su turno contando anécdotas personales con la leyenda balompédica como eje principal de la historia.

Si Florentino Pérez hubiera fichado a la Saeta Rubia como uno de sus galácticos habría dicho aquello de «Alfredo ha nacido para vestir la camiseta del Real Madrid». Pero la grandeza eterna de Di Stéfano se aleja del fulgor temporal de los astros actuales. Porque el hispano-argentino fue el origen de la grandeza blanca, el dios incuestionable de toda la afición merengue.

El propio Florentino lo reconocía como su gran ídolo. Con la muerte del presidente de jonor, el máximo dirigente de la entidad capitalina perdía a su principal referencia futbolística. Pero, además, se le iba un modelo y un amigo. El lunes, tras dedicarle unas palabras, se sentó a ver el vídeo que había preparado el Real Madrid con algunas de las imágenes más recordadas de don Alfredo.

Al ritmo de la música de Sinatra y su My way, al presidente se le acumularon de golpe cientos de recuerdos de la infancia, familiares y deportivos. «Mi amigo, lo diré sin rodeos () he vivido una vida plena () hice lo que debía hacer (...) y lo hice a mi manera», cantaba La Voz de fondo. Y el siempre recatado, contenido y pudoroso hasta la irritación mandamás del Madrid rompió para mostrar su lado más humano, tierno y sentimental. Retemblándose sobre su silla, con los ojos encharcados y los labios moviéndose incontrolados pese a los esfuerzos por mantener la compostura. Florentino se derrumbó como si se diera cuenta de repente de que ése no era un acto más, de que le había llegado el momento de despedir a un ser muy querido, primero desde la distancia de la admiración del aficionado y después desde el cariño y el respeto por el mito cercano al que devolvió su lugar. Porque fue Pérez el que recuperó la figura del mejor jugador de la historia del Real Madrid cuando se paseaba por el borde del olvido. Lo convirtió de nuevo en protagonista hasta colocarlo a la altura de Santiago Bernabéu, con el que ya comparte el ático del retablo en el altar blanco.

Emotivo abrazo con Cerezo

Sus lágrimas quedan ya para la historia, porque un día después el presidente recuperó la compostura del cargo y ejerció de ejemplar anfitrión en la capilla ardiente en la casa blanca y compartió el dolor como uno más junto a la familia Di Stéfano mientras desfilaban ante el féretro deportistas, políticos, anónimos madridistas

Especialmente emotivo fue el abrazo con el presidente del Atlético de Madrid, Enrique Cerezo. El dirigente colchonero recordó, sin duda, la pérdida de Luis Aragonés, hace ya cinco meses, y acompañó a su afectado colega en el adiós a un hombre que representaba «el sueño de toda persona que se dedique a este deporte». Tras el sentido achuchón, Florentino tomó de la mano a Cerezo con un cierto punto de ternura para que caminara a su lado, como cuando un niño quiere que su amigo le acompañe al rincón al que no quiere ir solo. Y el atlético sirvió de apoyo aFlorentino en su tristeza.

Fue José Martínez Pirri, otro de los emblemas merengues, el encargado de explicar una de las claves del desconsuelo de su presidente. El que fuera corajudo centrocampista y capitán del equipo madridista describía al club como «una gran familia». Así, con la muerte de Di Stéfano, Pirri comentaba que se le había escapado «un hermano mayor». Para Florentino Pérez, sin embargo, era algo más. Era el ídolo, el modelo y el amigo. Era el gran patriarca blanco.

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