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Álvaro Machín
Lunes, 9 de junio 2014, 12:07
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Italia necesitaba vencer a Irlanda y que Croacia y España no empataran. Eso sucedió y el míster tuvo que cumplir su promesa. Veinte kilómetros de peregrinación a pie hasta el monasterio de la Orden de la Camáldula. Cesare Prandelli (Orzinuovi, 1957) acabó recorriendo 42 kilómetros en aquella Eurocopa. España, en la final, le cambió el paso a paso por el billete de avión. Pero en ese viaje de vuelta, el chico que jugó al fútbol en el maldito partido de Heysel y el hombre que dejó el banquillo de la Roma para cuidar de una mujer enferma que acabó diciéndole adiós, saboreó su recompensa. Las alabanzas para una Italia con los genes cambiados.
Prandelli, uno de esos críos sentados al fondo de la clase, es el protagonista de una revolución sin titulares. Un Garibaldi reunificador, pero con menos leyenda. Italia cuenta. Como sus equipos. De menos a más. Escalando, como Pantani, pero menos pirata. La Florentina fue su cota, su trampolín. Antes, Atalanta, Lecce, Hellas Verona, Venecia, Parma Católico, sencillo y sensible. Con historias conmovedoras de las que crean mística. Todo indica que ha alcanzado el equilibrio, el punto intermedio, en un país que amontona gobiernos y discusiones. De política y de fútbol.
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