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MARÍA SUÁREZ
OVIEDO.
Miércoles, 23 de mayo 2018, 00:18
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Dos años y nueve partidos. Esa ha sido la última sanción que el Comité de Competición de la Federación Asturiana de Fútbol ha tenido que emitir por una agresión o conducta violenta en el fútbol base de la región. En este caso el ejemplar castigo recaía sobre un cadete del Ribadesella que la pasada jornada agredía a un árbitro tras mostrarle este la segunda amarilla.
Lo que podría llegar a preocupar es que no se trata del único caso de conducta inadecuada que se ha registrado. Otro cadete, en este caso del Veriña era expulsado de su club a principios de mes por la misma razón. En enero, era el San Juan de La Carisa quien sacaba de sus filas a un juvenil después de que este agrediera al colegiado en su propio vestuario.
Los tres clubes manifestaron su tolerancia cero con la violencia. Pero, ¿a qué se deben este tipo de reacciones? ¿cuál es la mejor manera de abordar estas conductas? Roberto Díaz, psicólogo deportivo del Real Oviedo femenino, tiene clara la necesidad de sancionar pero no comparte que la mejor solución sea expulsar a los infractores. «Expulsar es excesivo, solo sirve para quitar un problema de delante. Esos jugadores necesitan reeducación porque esa conducta pueden manifestarla en otros contextos como el familiar o el educativo», analiza Díaz. La dificultad añadida de atender no solo a la formación técnica sino también a la educacional está latente en estas categorías, en las que los futbolistas se desarrollan no solo en lo deportivo sino también en lo personal. «El deporte es un ámbito impresionante -pero poco explotado- para poder a ayudar a los niños en la tarea de autocontrolarse», explica.
Francisco Ruiz, presidente de la Escuela Oviedo Vetusta, tiene claro que no se trata de casos aislados, sino que hay cierta agresividad que controlar en el fútbol. «Hay factores ambientales que influyen. Bastaría con organizar un partido entre los pequeños, sin árbitros, familias o entrenadores, y se vería que habría menos problemas», añade.
El deporte pone en marcha un «patrón de conductas basado en las emociones y no en el razonamiento», por lo que el factor emocional es parte del juego e influye directamente en el rendimiento. «La emoción es una respuesta de adaptación al entorno rápida y eficaz, pero no siempre es la adecuada, con lo cual el peligro de estas reacciones está a la vuelta de la esquina», advierte Roberto Díaz. Para este especialista la emoción también explica las victorias, solo que lleva implícito el riesgo de descontrolarse, por lo que expulsar por ella a los jugadores es como «talar árboles para prevenir un incendio». «Francia perdió un Mundial porque Zidane no supo controlar su ira ante Materazzi. Se puede perder el control, pero cuanto antes ofrezcas herramientas para evitarlo, menos probabilidad habrá», concluye el profesional asturiano.
Marcos Mier, entrenador del equipo de Liga Nacional del Llano 2000 destaca la influencia que tiene sobre los jóvenes todo lo que perciben a su alrededor. «Son adolescentes y lo que oyen en los campos no ayuda. Creo que a todos nos vendrían bien clases de ética, tanto a directivos y entrenadores, como a jugadores, padres y madres», explica el técnico gijonés. Mier apunta también a la «exigencia» como uno de los factores que influyen las reacciones de los jóvenes futbolistas.
La Federación de Fútbol del Principado contempla ya en sus cursos formativos para entrenadores la inclusión de asignaturas como psicología o sociología, ambas aplicadas a su labor como mentores. Los técnicos son otro elemento clave, y el apartado referente al comportamiento de sus jugadores es otro de los ámbitos en los que Díaz aboga por enfatizar. Para el psicólogo del Real Oviedo femenino el deporte es uno de los pocos escenarios en los que los niños y niñas no obtienen con relativa facilidad lo que desean, en este caso la victoria o la propia titularidad, por lo que sienten emociones como la rabia o la frustración. «Los entrenadores pueden enseñar a los pequeños a enfrentarse a un mundo en el que no todo será fácil. El deporte genera esa situación y los profesionales hemos de enseñar a gestionarla», subraya.
Francisco Ruiz, en su papel como presidente, no sabría decir si la expulsión es o no la mejor opción en estos casos. Lo que sí entiende el máximo responsable de la Escuela Oviedo Vetusta es que a nadie le gustan esas actitudes. «Como club intentas que tus jugadores pidan perdón después de dar una patada o den la mano al final si pierden, pero es un trabajo difícil si no se respalda con sus familias», explica el dirigente. Ruiz censura además que si lo primero que ve un niño al comienzo de un partido es a su padre o madre insultando al árbitro, la faena se complica aún más.
Mucho público, mucha presión, muchos partidos y muchos jugadores. En ocasiones, las emociones que rodean toda la formación pasa inadvertida. «Es fácil confundir agresividad, intensidad o competitividad con violencia. Por eso es importante aprovechar el poder educativo del fútbol y el deporte para que no derive en ella», apostilla Roberto Díaz.
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