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Dorothy Tyler-Odam, antes de la competición.
Sin oro por culpa del sujetador
historias olímpicas

Sin oro por culpa del sujetador

La única medallista antes y después de la II Guerra Mundial compitió contra sus rivales, su cuerpo, la postguerra, las viejas reglas, un hombre disfrazado de mujer y hasta su propio equipamiento

Javier Bragado

Sábado, 13 de agosto 2016, 17:05

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Dorothy Odam fue subcampeona olímpica en 1936. Dorothy Tyler fue subcampeona olímpica en 1948. La única diferencia entre ellas es la edad y su estado civil porque ambos apellidos corresponden la misma persona, una atleta británica que por diferentes vicisitudes no pudo disfrutar del oro olímpico en un carrera contra casi todo lo imaginable.

Dorothy se colgó su primera plata con 16 años. En Berlín se estrenó en una de las primeras seis pruebas olímpicas en que se permitió participar a las mujeres. Después de tres horas de competición con un calor asfixiante, la británica con el dorsal 284 fue quien logró saltar con menos intentos la mayor altura (1,60 metros), pero no le dieron la medalla dorada porque entonces las reglas obligaban a un salto de desempate cuando dos saltadoras estaban igualadas. La normativa actual le habría dado el oro.

El primer puesto en Berlín fue para la húngara Ibolya Csak, pero Odam firmó unas de las palabras más recordadas de la historia olímpica. La adolescente acudió a una recepción con Adolf Hitler y cuando se le pedía que rememorara el siempre reconocía: «Sólo era un pequeño hombre en un gran uniforme. Alguien sugirió que debería haberle dado una bofetada, pero creo que eso simplemente me habría metido en problemas».

Durante la II Guerra Mundial la atleta voladora comenzó a trabajar como instructora y secretaria para las fuerzas aéreas británicas y se casó (cambió su apellido por el compuesto con el de su marido: Tyler-Odam). Poco antes tuvo tiempo de ganar una batalla contra Alemania en el tartán. En 1939 batió el récord del mundo del salto de altura (1,66 metros) y poco después le comunicaron que había sido superada por Dora Ratjen. Con su habitual estilo directo escribió una carta a los organismos oficiales con una observación: «No es una mujer. 'Ella' es un hombre». Las posteriores investigaciones le dieron la razón y en 1957 se le reconoció la marca por la Federación Internacional de Atletismo.

Acabada la II Guerra Mundial, cuando Tyler-Odam se enteró de que Londres albergaría unos nuevos Juegos Olímpicos no lo dudó aunque acabara de dar a luz por segunda vez. «Cuando Barry tenía dos meses empecé a entrenar de veras», señaló. Los medios británicos aseguraban que se había preparado en la postguerra aprovechando su tiempo en el hogar y ella lo negó. «No hacía labores en casa. No hacía mucho entrenamiento, pero mandaba a mi marido al carnicero porque daban mejores piezas a los hombres que a las mujeres», reconoció con su habitual sinceridad ya con 96 años a la periodista Janie Hampton.

Madre de plata

Nueve meses después del nacimiento de su hijo marchó hacia el estadio. «Habíamos dejado a los niños con la abuela, compramos el billete de autobús y me puse el mismo uniforme que en 1936», explicaba años después. De nuevo se repitió la historia: saltó la mayor altura en menos intentos que sus adversarias pero perdió en el desempate. Aunque se convirtió en la única deportista con medallas antes y después de la II Guerra Mundial, su éxito pudo haber sido mayor de no haberse vestido con el mismo uniforme que 12 años antes. «Era mi tercer intento cuando al ir corriendo hacia el salto se me rompió el tirante del sujetador y perdí la concentración. Si no fuera por ese sujetador habría sido oro. Como siempre, fui segunda», aseguraba con casi 90 años cumplidos.

Tyler-Odam compitió en dos Juegos Olímpicos más pero no subió al podio. Para entonces había cambiado su estilo a modo de tijeras por el del rodillo que triunfó hasta la revolución de Dick Foxbury con el salto de espaldas. Como atleta no llegó a practicar con el salto actual, pero se permitió bromear cuando pudo conocer en persona al estadounidense años después: «No puedes saltar primero con la cabeza. ¡Es hacer trampas!».

La británica Tyler-Odam murió con 94 años, cuatro participaciones olímpicas y varios récords. Además, su vida se nutrió de tantas y diferentes historias que se sintió plena y nunca reclamó campeonatos que habría conseguido en los tiempos actuales. «Perder la medalla de oro es algo que no me ha importado en absoluto. Estaba encantada, especialmente en 1936, cuando tenía sólo 16 años. Después de todo, las reglas son las reglas», sentenciaba la mujer que compitió contra un hombre, las penurias de la postguerra, las dificultades físicas tras la maternidad y el tirante de su sujetador.

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