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Usain Bolt celebra el triunfo.
El atleta de oro
MundialES DE PEKÍN

El atleta de oro

Usain Bolt, otra vez el de las noches gloriosas, arrasa en la final de 200 para alcanzar su décimo título mundial

FERNANDO MIÑANA

Jueves, 27 de agosto 2015, 15:09

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Allá dentro del Nido, donde todo empezó en 2008, allí donde Usain Bolt agarró sus tres primeras medallas de oro olímpicas y dejó, como pago, otros tantos récords del mundo, ha resurgido el gran velocista que enamoró al mundo. La más grande estrella del atletismo recobró todo su brillo cuatro días después de otro triunfo que careció del fulgor que siempre había resplandecido a lo largo de su trayectoria. La de los 100 fue una victoria con mucho simbolismo y poca grandiosidad, más allá del oficio y la infalibilidad, pero en la noche del sexto día del Mundial, con el título de los 200 metros en juego, la revancha, Bolt, el corredor de la zancada de dos metros y medio, volvió a ser él mismo, la leyenda.

El Rayo no sufrió esta vez ante el corregido Gatlin. La curva elevó a Bolt, 29 años ya, a la altura de sus grandes noches en Pekín, Berlín, Daegu, Londres o Moscú, las ciudades donde, paso a paso, siempre al galope, ha ido cincelando su gigantesca figura, la del atleta de oro, el hombre que lleva 16 medallas de este metal en las grandes citas: seis en los Juegos Olímpicos y diez en los Mundiales. Tiene más, una par de trofeos menores que le dejan a dos del récord de 14 preseas de Merlene Ottey. Pero a Bolt le quedan las pruebas justas para alcanzarla: el relevo 4x100 del sábado en dura riña con Estados Unidos y, en su despedida del atletismo, los 100 metros del Mundial de Londres en 2017.

El cronómetro acompañó a su superioridad. Su marca, 19.55 sin apenas viento (-0.1), daba más lustre si cabe a la sensación que se desparramó por todo el estadio de que era otra gran noche cuando, en los últimos metros, ya campeón, empezó a golpearse el pecho mientras veía en la pantalla que volvía a ser el rey. Es la sexta gran final -Bolt lleva cuatro títulos mundiales seguidos en 200 y otro dos olímpicos- por debajo de 19.60. De hecho, nadie corría tan rápido -es la décima mejor marca de todos los tiempos- desde los Juegos de Londres. Varios metros por detrás, otra vez niños al lado de un gigante, el resto.

Primero un impotente Gatlin (19.74) y después los demás, con el sudafricano Jobodwana en puesto de bronce después de batir el récord de Sudáfrica (19.87) gracias a que, como explicó, la noche anterior se inspiró viendo el tremendo triunfo de su compatriota Wayde van Niekerk en una final de 400 que terminó en la camilla y luego en la ambulancia por su agónico esfuerzo. Con el mismo tiempo, pero fuera del podio, el panameño Alonso Edward.

Los 100 metros son la prueba reina. Lo más sencillo: ocho atletas en una recta corriendo todo lo que pueden hacia la meta, menos de diez segundos de plena efervescencia, pero el doble hectómetro es la distancia que ha cautivado a Bolt. «Cuando corro el 200 soy otra persona», explicó tras su paseo triunfal y delirante por la pista que tanto le ha dado y que terminó besando arrodillado. Y si queda un resquicio de que el mundo pueda ver un último récord del Rayo es ahí, en la curva que tan bien corre y la salida a la recta donde ya machaca el tartán implacable. Hay que rebuscar, de hecho, para encontrarle una derrota, la que sufrió, precisamente ante Gatlin, hace ocho años.

Con el triunfo en la mano, comenzó el show. Porque Bolt no es archifamoso solo por ser el más rápido del mundo, sino también por el espectáculo que llega después de cada carrera. En el Nido fue un desmadre y tuvo, incluso, un pequeño accidente cuando un cámara subido a un segway le arrolló por detrás cayendo ambos al suelo. Bolt se levantó de un volantín y siguió abrazándose a la gente mientras sonaban la voz de Bob Marley. Exhausto, hubo un momento que el jamaicano se sentó en una silla a resoplar delante del enjambre de fotógrafos y, casi más rápido que en la pista, se apresuró a ponerse, a su lado, arrsatrando un banco, Justin Gatlin. «No esperaba que estuviera tan fuerte», reconoció, dos veces vencido, el estadounidense.

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