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El Monteverde fue otro de los equipos profesionales por los que pasó Casas.
El reloj de José Casas y de Mercks

El reloj de José Casas y de Mercks

El asturiano compartió pelotón y amistad en los setenta con leyendas como el ‘Caníbal’, Ocaña o Fuente

Victor M. Robledo

Martes, 1 de noviembre 2016, 12:44

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La organización de la Semana Catalana de 1974 tenía preparado un trofeo mucho más grande de lo habitual para el ganador de la contrarreloj del penúltimo día de competición, y no por casualidad. Por el trazado y el cartel de participantes, la lógica decía que Eddy Merckx ganaría aquella etapa sin problemas, así que la ceremonia de entrega de premios en el podio podía convertirse en un gran homenaje al campeón belga. Todo salió según lo previsto hasta que en el último momento falló un detalle. Otro corredor pedaleó con más inspiración que Merckx y lo batió en la meta por doce segundos. Al Caníbal la derrota le sentó lo suficientemente mal como para acercarse al ganador e insinuarle que si había perdido era porque el reloj estaba estropeado. «Pues si está estropeado, lo está también para mí», le replicó con lucidez José Casas García, el asturiano que se había atrevido a batir al mejor ciclista de todos los tiempos.

Porque José Casas nació en 1945 en Almería, pero se siente asturiano. Con diez años cruzó la Península junto a su familia para instalarse en Avilés, donde su padre llevaba ya un tiempo trabajando en Ensidesa. Allí, ni él mismo recuerda cómo, fue donde se enamoró de la bicicleta.

Casas convivió en aquellos años con nombres populares del ciclismo asturiano de la época. A José Manuel Fuente, el Tarangu, lo consideraba un hermano. Con él compartió equipo en aficionados, y también el salto a profesionales, donde se codeó con la élite. Casas participó en todas las pruebas del calendario. Eran tantas que apenas había tiempo para estar con los suyos dos o tres días seguidos.

La bicicleta llevó a Casas por todo el mundo y marcó su vida más allá de carreras y trofeos. En 1971 participó en la Vuelta a Uruguay con el equipo nacional español. Durante una comida ofrecida por emigrantes asturianos se fijó en una chica que estaba echando una mano en la cocina. Se llamaba Cristina, y era hija de un asturiano y una vasca. De aquel encuentro casual nacieron tres hijos gijoneses y un matrimonio que va camino de las bodas de oro.

El Werner, el Monteverde y el Super Ser fueron algunos de los equipos en los que corrió Casas durante su carrera, concluida en 1977. Luego puso dos restaurantes muy populares en Gijón, El Fogonero y Restaurante Casas, ambos en Marqués de Casa Valdés. En aquella época, el otro gran ciclista español de los años setenta, Luis Ocaña, le ofreció irse con él a Francia para sacar adelante entre los dos un negocio de licor armañac, pero Casas lo rechazó y siempre ha arrastrado la duda de si tomó la decisión correcta. La familia abandonó Gijón en 1988 para instalarse en Montevideo, donde abrió otro negocio hostelero, el restaurante Mar Cantábrico, muy frecuentado por políticos uruguayos. La aventura americana duró hasta 1996, cuando decidieron regresar a España e instalarse en Málaga.

Un retiro tranquilo

Un accidente de tráfico y el estrés del día a día en la capital de la Costa del Sol llevaron al matrimonio Casas hasta Viator, el pueblo almeriense donde se criaron el padre y los abuelos del excorredor. «Yo quería irme a un sitio tranquilo. Aquí somos seis mil habitantes, ¡pero estoy cansado de tanto sol!», lamenta. En las próximas navidades tiene previsto visitar a su familia, repartida toda entre Gijón y Avilés.

Desde Viator, Casas sigue con optimismo la actualidad del Sporting. En su día fue presidente de la Peña Sportinguista Abel y vicesecretario de la Federación de Peñas Sportinguistas. Con Quini, Cundi y toda aquella generación le unía una gran amistad. «Desde mi casa en El Llano veía el campo de Los Fresnos donde entrenaban y hablaba con ellos por la ventana», recuerda.

El viernes, el Ayuntamiento de Viator le organizó un acto de reconocimiento en las fiestas del pueblo por su trayectoria como corredor, y también por ser un vecino ejemplar. Casas, medio en broma, tenía miedo de que el resto del pueblo se enfadara por ponerle esa etiqueta a él, que lleva sólo tres años allí. Su homenaje fue mucho mejor que el que le tenían preparado a Merckx en Balaguer en 1974 después de la contrarreloj. Por cierto, del enorme trofeo que habían reservado aquel día para el ganador nunca más se supo, o al menos nunca más supo Casas, el asturiano que se atrevió a batir al mejor corredor de la historia: «¡A mí me dieron uno que no medía ni palmo!».

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