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Nadal, con el trofeo de campeón.

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Nadal, con el trofeo de campeón. REUTERS
Final

El rey esculpe la undécima

Rafa Nadal revienta los libros de historia y logra el undécimo Roland Garros en una final en la que demostró ante Dominic Thiem porqué solo hay un rey en la tierra de París

MANUEL SÁNCHEZ

Madrid

Domingo, 10 de junio 2018

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Como un artista que a martillazos modela su gran obra final. Como un escritor que relata la historia a base de versos épicos y como una persona humilde y normal que cada paso que da en la vida está dirigido a ser feliz. Con la leyenda impregnada en su ser y la capacidad de agrandar su figura a cada paso, Rafael Nadal continuó con su camino en el olimpo del tenis y esculpió el undécimo Roland Garros y decimoséptimo Grand Slam de su vida al aplacar al aspirante Dominic Thiem por 6-4, 6-3 y 6-2 en dos horas y 44 minutos.

El título, que le iguala con la australiana Margaret Court como la persona con más entorchados en un mismo 'major', le permitirá seguir como número uno una semana más y le estimulará para apretar a Roger Federer, que con 20 grandes comanda la clasificación histórica.

Thiem, rendido al rey

El partido era planteado como una batalla entre el aspirante y el rey, y, aunque Thiem fue el único en vencerle en tierra en los últimos dos años, el hecho de ser una final impregnó de nervios la raqueta del austríaco. La ansiedad del aspirante, que sumó 40 errores en todo el partido, estuvo en escena desde el principio y es que, mientras que uno ha disputado 24 finales de Grand Slam, para el otro era la primera, y eso salió a relucir en los dos primeros juegos, cuando Thiem apenas fue capaz de replicar. Con 2-0 abajo y Nadal enfilando el primer set, el tenis del austríaco tomó color y empezó a medir las pulsaciones de la pista y las grietas del balear. Una bola corta que dejó el manacorense sirvió para que Thiem devolviese la rotura exhibiendo una gran derecha ganadora, porque su revés, por la estética y la contundencia, es el que sobresale, pero el peso que coge la bola con su derecha es lo que le diferencia como el segundo mejor tenista sobre arcilla.

El pupilo de Gunter Bresnik y del asturiano Galo Blanco dijo que «tenía un plan» para derrotar a Nadal y pronto puso la hoja de ruta a funcionar. Abrió con la derecha, para finiquitar a media pista, ya fuera con el cuchillo del revés o con la propia derecha, que atizaba sin piedad. Sus primeros servicios corrieron a más de 220 kilómetros por hora y Nadal solo encontró cómo leerlos en el psicológico décimo juego, ese que divide a los hombres de los niños y a los aspirantes de los campeones. Thiem comenzó con una volea fácil errada y terminó el set al mandar lejos una derecha y con ella, muchas de sus posibilidades, ya que Nadal se llevó los 96 partidos en tierra a cinco sets cuando se apuntó la primera manga.

El número uno consiguió hacer mella en su moral y ahondó a partir de ahí. Le empezó a torturar mentalmente, le pasó bolas, le movió de lado a lado y esperó a que fuera el propio austríaco el que se autodestruyera. Gritó a su palco y se embarró en una pista en la que Nadal ya se deslizaba con total tranquilidad.

Solo un atisbo de redención llegó en el séptimo juego, cuando dispuso de una bola de 'break', que Nadal salvó para, a la postre, poner el 6-3 en el marcador que dejó muy de cara el partido.

La mentalidad del austríaco se derritió a medida que Nadal vio más cerca la meta. Algún espasmo esporádico en forma de saque directo o derecha a la línea salvó a Thiem de acabar con el sufrimiento antes. El azul resplandeciente de la camiseta del de Manacor se alineó con el color del cielo de París, que se dejó ver a ratos, cuando las nubes lo permitieron, y la aceleración definitiva llegó en el tercer parcial. El trofeo estaba listo para que Nadal lo mordiese y solo necesitó que Thiem hincase la rodilla para dar el mordisco final.

Nadal y Thiem se abrazan al final del partido.
Nadal y Thiem se abrazan al final del partido. REUTERS

Entonces, como si de una película de Alfred Hitchcock se tratase, un giro de guion estuvo a punto de llevar al traste con todo. En mitad de un segundo servicio, Nadal tuvo que parar, le dijo al juez «no puedo mover el dedo» y se quitó las protecciones y muñequera de su mano izquierda para recibir un pequeño masaje y un antiinflamatorio. El susto recorrió el cuerpo de todo el mundo y la incertidumbre asoló la pista durante unos minutos, los que tardó Nadal en retornar a la normalidad, clavar varios puntos buenos, frenar la ansiedad y demostrar que incluso, con una mano inmóvil, sigue siendo muy superior al resto sobre polvo de ladrillo.

La victoria se consumó a la quinta bola de partido, con un resto errado por Thiem, y un Nadal que dejó caer la raqueta y se quedó mirando a su palco, donde estuvo su tío Toni Nadal, con los brazos en alto. La décima pareció imposible, la undécima aún más y la única pregunta que inunda ahora el Bois de Boulogne es cuántos le quedarán por conseguir. A esta historia seguro que aún le quedan un par de capítulos, y a Nadal, un par de esculturas más por moldear.

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