Borrar
Arturo Ripstein, ayer, en el hotel en el que se aloja en Gijón.
«Con mis películas me vengo de la realidad»

«Con mis películas me vengo de la realidad»

«De Buñuel aprendí el respeto que uno debe tener hacia la obra y hacia uno mismo, a no traicionar lo que traes en los ojos y en el alma»

PABLO A. MARÍN ESTRADA

Domingo, 22 de noviembre 2015, 09:00

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La última obra del realizador Arturo Ripstein, 'La calle de la amargura', abrió en la noche del viernes la 53 edición del FICX. En el hotel gijonés donde se aloja, el cineasta mejicano habla de su nuevo filme y repasa su medio siglo cumplido detrás de la cámara.

¿Qué ha querido contar en 'La calle de la amargura'?

Es una película sobre el destino, esa noción compleja y difícil de aprehender. Habla de cómo en un segundo puede cambiar el camino de una vida o de muchas vidas. Ese instante imprevisto o no previsto del todo hace que las cosas se transformen en una algo no calculado.

¿Ese destino ocurre en la realidad o en esa otra realidad que es el cine?

El cine lo conocemos a partir de una cierta realidad, la del cine es otra realidad, en este caso estructurada. La cotidiana, lo que está sucediendo en este mismo día, no tiene estructura previa, es algo desmadejado. Uno pretende con las historias que cuenta en el cine es darle estructura a esa realidad que no te gusta para superarla, para vengarse de ella. El cine lo permite, es una de esas justicias hacia la realidad pura y dura.

En su nueva obra parte de un suceso real recogido de los periódicos... ¿Dónde situaría el filtro necesario para dar estructura cinematográfica a ese hecho?

Uno tiene que ser cuidadoso a la hora de seleccionar los asuntos en los que a va dedicar mucho tiempo y esfuerzo para que de ellos salga un buen trabajo. Hay ciertos momentos en los que la intuición dicta por dónde tienes que ir, lo sientes de forma corporal con una especie de desgarrones en las tripas o un frío en la espalda...entonces percibes que eso te está llevando a algo y cuando tienes la impresión de que es inevitable significa que vas por buen camino. En este caso fue una nota en el periódico, Paz Alicia Garciadiego me entregó un guion ya escrito sobre este hecho: lo leí unas cuantas veces y se me llenaron los ojos con la historia. Estaba ahí.

¿En qué medida la realidad singular de su propio país ha marcado el tipo de cine que hace? ¿Haría algo distinto de haber nacido en Noruega o en Japón?

Por supuesto que sería totalmente distinto. Méjico es determinante para lo que he hecho, nunca he salido de mi país, siempre he vivido allí y la Ciudad de Méjico, especialmente, donde resido, que es la ciudad que más quiero y más odio. Con mis películas cumplo la debida venganza hacia los incontables espantos que esa ciudad me ha deparado y también sus maravillas. Si hubiese nacido, no ya en Noruega, en Durango o en cualquier otra ciudad de mi país, las cosas habrían sido completamente distintas. Soy de la Ciudad de Méjico y por eso cometo lo que cometo.

Su cine ha bebido en el género negro y en el documental para acercarse a ese microcosmos...¿cómo ha decidido afrontarlos en cada caso?

En efecto, he hecho ambas cosas: cine de ficción, en el que la estructura determina la historia y la manera de contar el cuento es el cuento; a la vez, he filmado trabajos documentales, que también terminan siendo una forma de la ficción, porque la narrativa del documental también se basa en cortes y en el momento que yo hago un corte la realidad se vuelve ficción, mentiras...unas mentiras que pueden llegar a ser más reales que la verdad y si lo consigues puedes sentirte realmente afortunado. Mis películas de ficción no pretenden ser documentales y mis documentales no pretenden ser ficción.

La literatura ha sido otro de sus manantiales, ha trabajado con escritores como García Márquez o Carlos Fuentes... hasta encontrarse con Paz Alicia Garciadiego...

Siendo hijo de un productor aprendí muy pronto que era infinitamente mejor buscar escritores con quien trabajar que con guionistas. Éstos estaban llenos de mañas, trucos, astucias que los escritores no tenían. Entendí que resultaba más estimulante trabajar con alguien que aportase ideas y no se limitase sólo a introducir elementos formulaicos. En Méjico ha habido guionistas extraordinarios como Julio Alejandro, pero en general los escritores me parecían más brillantes. Cuando conocí a Paz Alicia me di cuenta de que había una serie de afinidades gracias a las que es posible que sus ojos se acerquen a mi mirada y su voz sea una voz que reconozco. Desde ese encuentro para qué iba a buscar otros guionistas. Fue determinante.

Citó a Julio Alejando, un nombre propio que nos remite al de Buñuel, su primer maestro ¿Qué le aportó esta relación con el director de Nazarín?

Sus películas, sin duda. La primera que vi, que fue precisamente 'Nazarín', me pareció fascinante y me abrió las puertas a un cine para mi desconocido en ese momento. Eso me llevó a emprender un camino muy distinto al cine que mi padre hacía, siguiendo esa fascinación que me produjo Buñuel. Trabajando con él no aprendí mucha técnica y eso que era un tipo de una minuciosidad y una eficacia técnicas asombrosas, me sirvió más para adquirir un concepto ético fundamental: el del respeto que se debe de tener con una obra y con uno mismo, intentar no traicionar lo que traes en los ojos y en el alma.

Acaba de cumplir medio siglo dedicado al cine ¿qué le ha enseñado?

Si pienso en el compendio de las películas que he hecho (y que por supuesto hace tiempo que no veo) me doy cuenta de que he sido muy afortunado por haber tenido una carrera larga y grata, en ocasiones. A la vez, cuando meto todo eso en un saco y me lo pongo al costal, termino por pensar que me gustaría haber sido otro.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios