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Casa Belarmino

Casa Belarmino

Lleva ochenta y cinco años de grandes guisos y cuatro de generales reconocimientos

Luis Antonio Alías

Lunes, 26 de enero 2015, 12:43

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El caserón, verde oscuro con cenefas amarillas, balcones de forja, buhardillas y mallas de Luanco por cortinas, adelanta una terraza acristalada y se rodea de maizales y pomaradas: la aldea no tiene su nombre en vano.

Tras la terraza está el bar-tienda con licencia de estanco que dispone lo necesario para cualquier urgencia en las alacenas vecinales, de la botella de aceite a les madreñes, que si llueve el camín se embarra, además de delicatessen exclusivas y seductoras. Tomada la copa de bienvenida, pasillo adelante, entramos en el comedor principal, que enfrenta paredes de sillar y ladrillo y pone de cabecera una bodega llena de excelentes sugerencias.

La demanda suele superar la oferta y el número de mesas dispuestas jamás se amplía a causa de la atención meticulosa y entusiasmada que practican Ramona y José Luis, del consejo a la explicación del qué y el cómo de cada ofrecimiento, por lo que la reserva resulta aconsejable incluso para políticos influyentes (y en este caso concreto depende).

Que los clientes se convierten fácilmente en amigos y habituales queda fotográficamente expuesto por las paredes, donde seguro descubriremos posando a varios amigos procedentes del deporte y de cualquiera de las bellas artes y las arduas ciencias, todos embajadores entusiasmados de una referencia gastronómica que también enmarca artículos, reconocimientos y premios de las más diversas procedencias.

El permanente buen hacer durante una larga historia a la que le faltan tres lustros para centenaria, pone el crédito y el respaldo. Una historia que comienza con Herminia y Belarmino, los abuelos de Ramona, y después con sus padres, María Lourdes y Jacinto Manuel, dos generaciones que atendieron por igual las fiestas de los marineros con huerta y vaca de los alrededores que las continuas visitas de la alta burguesía carbayona, madrileña e indiana vacacionante en Luanco.

El relevo a los felizmente jubilados Lourdes y Manuel lo pusieron, va para cuatro años, su hija Ramona y su yerno José Luis, ambos sobradamente titulados y acreditados por su restaurante anterior, el luanquín La Ribera, y por el club de Las Guisanderas, Mesas de Asturias, la Guía Repsol, Tripadvisor, Platos de Oro o la Real Academia de Gastronomía.

La tradición manda en los fogones. Y en la gruesa y larga plancha de acero que distribuye un calor leve y demorado que alarga, guarda jugos y carameliza los guisos con la eficacia de la cocina de carbón. El arroz con pitu de caleya, el rollo de carne, los callos, el bacalao, el pote de berza con fariñona y el rollo veraniego de bonito son seis diamantes de la corona. Pero otras gemas se engastan alrededor: el pastel de puerros, las sardinas avilesinas marinadas, la longaniza de avilés, las deliciosas croquetas de compangu y bombón cremoso de callos y según ande la rula la chopa y el besugo al horno, el xargo frito o el virrey a la plancha.

Y una repostería que subraya las guisanderías heredadas: leche presa, borrachinos, tortilla al ron, brazo de gitano, arroz con leche

El viaje por el Cabo Peñas con anterior o posterior parada en Belarmino, une contemplación y sensualidad; si lo salpimentamos con un breve paseo hasta la vecina iglesia románica de San Jorge añadiremos al perfecto aliño de la jornada su tanto de misticismo.

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