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Casa Laure

Casa Laure

Está en Trascorrales, donde aporta y suma razones y méritos para que la medieval plaza de los pescaderos siga alardeando de restaurantes célebres y celebrados

Luis Antonio Alías

Jueves, 5 de febrero 2015, 17:32

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Quienes guarden poca memoria de tiempos pasados, pero en absoluto remotos, sepan que no más allá de nuestros tatarabuelos contaban los centros de las ciudades con patios de huertas, gocheras, gallineros y establos para, si lucía la paz, enriquecer el aprovisionamiento familiar, y si retumbaba la guerra, afrontar el sitio militar.

Basta colocarse en el centro de la plaza, por eso llamada de Trascorrales, junto a la estatua del burrín y la lechera, para imaginar incluso sentir que bajo nuestros pies crecieron tomates y patatas, y que pitos caleyeros aunque urbanos, nacidos dentro de una ciudad regia y amurallada, buscaron merucos entre sebes y varas de hierba.

Ahora lo urbano y lo rural no se confunden, y los centros de las ciudades, especialmente cuando concentran tanto arte, historia y pintoresquismo como Oviedo, prefieren suelos de mármol y macizos de flores al sembrado y las berzas. Tampoco Trascorrales huele a pescado fresco, que la vieja y noble pescadería sirve ahora para otros menesteres, ni pasan lecheras y burrinos camino de la vecina plaza del Paraguas, que los ordeños automáticos, en vez de xarres, rellenan tetrabrics.

Sin embargo, los apetitosos aromas a cocina asturiana, que mezcla todo lo apuntado, huerta, gochera, gallinero, establo, pescadería y leche, bañan sus cuatro cantos durante la mayor parte del día, antes incluso de que Fernando Martín, allá por 1976, proyectara el sello Trascorrales muy alto y muy lejos.

Para disfrutarlos usando no uno, los cuatro sentidos, una elección es Casa Laure, con su fachada de tejadillo y buhardilla singularizada del resto del edificio donde el angosto callejón que lleva a Mon. En las salas de abajo o de arriba, mejor provistos de reserva que los comensales suman el pequeño número justo para una atención cabal, el menú seduce con promesas que la realidad cumple: las doctorales croquetas de gambas y espinacas, la jugosa y carbayonísima tortilla de merluza cantábrica, los berberechos fritos que piden pan, el alegre pulpín braseado al aceite de pimentón que un trago de vino sublimará Y los arroces marineros, uno de los orgullos de la casa, que añaden al chorro de aceite siempre de oliva y al grano carnaroli, almejas, langostinos y berberechos o el prieto brillo de los chipirones.

El otro orgullo de la casa es el pescado sin historias, sólo la pieza adecuada y la preparación ajustada que Iván o Paula ofrecen según acaben de conseguirlo, trátese de virrey, de besugo, de lubina, de rubiel o de lo que la costera mande, una fama pescadera que atrae clientes gijoneses y avilesinos, ejemplo de picar alto, y que también incluye potinas bullentes de chipirones afogaos o calamares en su tinta.

El entrecot de vaca, el estofado de novilla y la paletilla de lechazo cubren los apetitos carnales, y los postres frescos y ligeros (vaya un recuerdo casi emocionado para el helado de chocolate blanco, frambuesas frescas, polvo de naranja y reducción de Módena) los apetitos llambiones, que del remate se encargará la amplia licorería y la cuidada cafetería.

Se ha citado líneas atrás a Iván y Paula, el matrimonio que nos acoge y atiende junto con Mili, la madre de Iván, que el padre y fundador, Laure, ya jubilado, cedió sus responsabilidades a la generación siguiente. Una jubilación que comenzó a tributar hace medio siglo largo en la primera Casa Laure de Sama de Langreo, chigre que sentó estilo y escuela hasta su traslado a la capital del Principado con la fuerza añadida y curtida en guisos y atenciones de la esposa, el hijo y la nuera.

«Somos tres y atendemos lo que abarcamos. La crisis te obliga a trabajar el doble o el triple si en lo único que no estás dispuesto a ahorrar es en la calidad que siempre has ofrecido, y ese tema nos resulta irrenunciable», dice Iván. ¡Y qué bien dice!

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