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Parrilla Antonio I

Parrilla Antonio I

En uno de los lugares de encuentro y convite más populares de El Llano manda Ulises, un cocinero notorio y veterano

Luis Antonio Alías

Jueves, 5 de febrero 2015, 18:14

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Las parrillas de barrio en fin de semana son una fiesta. Y una seña de identidad traída por el paisanaje retornado de Argentina y Uruguay, que lo nuestro, en cuestión de carne, pasaba por freír y guisar, no por la brasa lenta o la llama distante encandeciendo fierros.

Gijón anda bien provisto de sidrerías que añaden esta especialidad a sus cartas y construyen, en algún lugar destacado y visible, la parafernalia de fuegos y rejas donde extender chuleteros y costillares.

La más notoria en una buena parte de El Llano es, sin duda, la parrilla Antonio, centro de reunión familiar y fraternal de un barrio poblado por gentes de todas las regiones y países que comparten culinos, tapas, potes, pescados y bandejas copiosas de cortes vacunos, porcinos, ovinos y caprinos junto con crujientes y cremosas dosis de patatas fritas, ensaladas de la huerta y esos dos jóvenes clásicos de los embuchados llariegos, el chorizo criollo y la morcilla matachana, no importa su origen pampero y leonés.

El local, grande y animado, pues sirve cafés, vinos, botellinas y tapas desde primeras horas hasta últimas oscuridades, dispone de tres comedores que permiten socializar o intimar, amén de alguno privado para reuniones y celebraciones de alto coturno y factura asequible.

Elijamos y tratemos de decidir el menú: ¿Un inicio caliente y calórico de sopa marisquera, fabada, fabes con almejas, garbanzos con bacalao, patatas con marisco, tiñosu con patatines o arroz con bugre? ¿Unas setas al cabrales o al oriciu facilitadas por los primeros fríos? ¿Una caldereta de pescados y mariscos para zambullir el paladar en costera? ¿Un bacalao al pil-pil o a la vizcaína? ¿Una chopa a la sidra? ¿Un pixín amariscado? ¿Pulpo de varias formas y fritos de varios lomos?

El capítulo de carnes nos propone un cachopo de talla y ternura, un entrecot o solomillo con salsinas o unos callos caseros densos, pequeños y agocháos por patas y jamón.

La Parrilla Antonio I, que El Natahoyo tiene otra de igual nombre, cumplió el pasado año treinta de actividad. En ella iniciaron una fructífera carrera el llanisco Antonio Concha y Blanca Estrada, emigrantes en Alemania y Suiza, que a fuerza de trabajo y sacrificio dos virtudes antaño más comunes y premiadas que hogaño terminaron creciendo, afianzándose y construyendo el hotel Villa de Gijón, su actual y principal ocupación y preocupación. Pasó entonces a dirigirla adecuadamente Santos Pumares, cocinero y aventurero de plataformas petrolíferas por los Mares del Norte y los desiertos de Irán a donde cosas vocacionales volvió.

Libre la dirección... ¿Quién podría mantener un prestigio conseguido en tiempos prósperos y salvaguardado en tiempos duros? La respuesta vivía al lado, pared con pared, en la conocida sidrería El Llabiegu, y resultaría difícil encontrar otro encaje tan acertado.

Ulises el de Llabiegu, ahora el de la Parrilla Antonio su presente y reciente encargado, veterano colaborador de estas páginas con atinados consejos y sabrosas recetas, ha pasado de dirigir una goleta a dirigir un crucero, decisión arriesgada que encauza viento en popa desde el mes de agosto. Nacer en Fonsagrada, criarse en Gijón y, con diecisiete años, trabajar de marmitón en Mallorca, antes de recorrer media Península guisando y gobernand, constituyen puntos curriculares de una larga trayectoria que acaba de sumar un nuevo capítulo y una nueva responsabilidad bien llevados y resueltos, como siempre.

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