Borrar
Rubén Barrero Méndez y Laura Alonso Faza, en la sala de su restaurante.
El Sobiñagu

El Sobiñagu

Abrir ahora una sidrería amplia en dimensiones y personal tiene riesgo, pero Rubén Barrero ha sabido colocarla rápidamente entre las principales. De casta le viene.

luis antonio alías

Jueves, 16 de abril 2015, 02:03

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Es Sobiñagu, no nos hemos equivocado. ¿Que en todas las referencias aparece como Sobigañu? Era su nombre hasta que surgió un problema de derechos; bautizar un negocio cada vez deja libre menos palabras significativas. En resumen, el sobigañu, una de las vigas maestras del llagar, ha tracamundiado sílabas por imperativo legal quedando igual de eufónico y asturiano.

¿Que unos le dirán así y otros asá? Ni la leve diferencia fonética introduce mayor confusión, ni la claridad del enunciado sufre alteraciones, que este joven chigre de El Llano-Contrueces destaca lo suficiente para evitar confusiones. Ylo hace por fidelizar a su clientela, ofrecer una cocina franca y popular con toques personales y atropar virtudes, las que le dieron el premio a la mejor sidrería de año en 2014:lograrlo con sólo dos años de andadura añade mérito al mérito.

Claridad, amabilidad, limpieza, atención eficaz, precios adecuados, culinos en cómodo autoservicio (cuántas veces se renuncia a comer con sidra por las esperas latosas o los aparatosos ingenios escanciadores) y un completo repertorio culinario de clásicos regionales guisados y aderezados según la propia María Luisa García dejó escrito y consignado, cubren todos los gustos y todos los momentos: chipirones afogáos, arroz con almejas, tortos de picadillo y cabrales, pulpo flambeado en orujo de hierbas, lacón con cachelos, callos de la casa, cachopo de la casa (el queso lo pone La Peral), paletilla de lechazo, bacalao y merluza de variadas formas, pixín amariscado o, por finalizar dulcemente, un virtuoso hojaldre de arroz con leche y chocolate caliente.

Protagonizando o completando apetitos, la parrilla guisa en llama morcillas, chorizos, chuletones y restantes cortes de vaques roxes indígenas, sin que falten los angus y kobes de cruce y nos aromen célticos e ibéricos. Igual que no hay carretera sin barro, no hay parrilla sin parrillero:él puede exaltar o amustiar las carnes y embutidos, que cada costilla, solomillo, chuletón, churrasco o picaña precisan de un calor concreto y de una hechura adecuada.

Pues bien, el brasileño Mesías domina el tema y acierta con las intensidades exteriores y las templanzas interiores: por lo general sus paisanos aprecian las carnes menos tostadas que los argentinos y más próximas a nuestro gusto, y Dios nos libre de enfrentar parrilladas y rodizios, que nosotros aprendimos de los primeros y poco conocemos de los segundos.

Rubén, el dueño, trabajó en Uría La Casa Redonda, sidrería de sus tíos Amador y Luis y una de las grandes del panorama gijonés. Por lo tanto lleva demasiada sangre ibiense y chigrera para evitar el destino hostelero y el destaque de especialidades asturgalaicas: «Mi padre José Barrero Uría ha sido el mejor aliento y apoyo posible en esta aventura y mis tíos los mejores maestros», dice y además pide que se resalte.

También resaltamos que a los quince años ya andaba tras la barra y a los diecisiete montaba rincones propios y colaboraba con la familia hasta el actual éxito, que le va marcando el devenir inmediato.

«Sigo un consejo fundamental de mi padre y de mis tíos: el triunfo de un restaurante depende, en gran medida, de que su propietario sea el principal trabajador, el primero en abrirlo y el último en cerrarlo, siempre pendiente que nada falle. Aquí, Laura, mi esposa, y yo, gastamos la mayor parte de cada jornada. Si los responsables principales no van a bordo, es fácil naufragar», razona. Y el razonamiento parece fundamental y fundamentado.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios