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luis antonio alías
Jueves, 23 de abril 2015, 00:39
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Cuando el sol y las temperaturas cálidas comienzan a adueñarse de nuestro gayasperu rincón del mundo, las parrillas copan muchos comedores y terrazas.
Usar los dedos y el ñascu, versión carnívora de la sardinada, predispone, siempre entre culines generosos, a la palabra y la risa chispeante. Y si además de costillas, entrecotes, chuletones, criollos y otras lindezas podemos disponer de cordero a la estaca, especialidad lenense y quirosana con inspiración indiana y argentina, el goce sube de tono. Y es que las tiernas y aromatizadas paletillas se preparan en un eficaz y patentado corderogiro, rueda de ganchos que rota las piezas alrededor de un fuego central de madera de roble con mecánica lentitud: el resultado no envidia a los del práu Llagüezos, cuna y fiesta cada primer domingo de julio de tan romera especialidad.
El anfitrión es Felipe, hijo y heredero de Marcelino y Carmen, camionero vasco y carreñense con barín, a los que unió la siderurgia para tomar hace justo cuarenta años la común decisión de dar de comer al hambriento y de beber al sediento en la casona que perteneciera al marqués Valero Uría, con su finca amurada y sus frondosos árboles. Dentro del chigre no falta calor, gracia y tipismo, pero afuera, bajo el toldo, eligiendo, compartiendo y pasando cortes y chimichurri, los problemas diluyen su peso mientras el nuestro aumenta y el buen humor dispone y gobierna.
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