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Lolo y Pino, en la barra de su nuevo restaurante.
La cocina de Lolo y Pino

La cocina de Lolo y Pino

Cercanos por nacimiento, familia, vocación y, especialmente, por Vitorón, deseaban desarrollar juntos saberes y fuerzas. Ya lo han hechoy con muy buen gusto

Luis Antonio Alías

Jueves, 15 de octubre 2015, 04:04

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«Teníen que terminar axuntándose», diría el inolvidable hostelero que los trajo a Gijón, aquel que sólo por inventar el caviar de oricios merece título de benefactor de la humanidad. Lo han hecho en el barrio de La Arena, que va despertando de las soledades sufridas los últimos años, bajo una esquina achaflanada y acristalada con interiores sencillos y airosos donde hay piedra, madera, colores claros y sillas vetustas.

Mesas, las justas para la atención precisa;carta, lo clásico con las ideas y maneras de los anfitriones, que mejoran y diferencian arroces de mar o tierra, potes, setas, pescados frescos, caza, carnes y casquerías entre hervores, planchas y hornadas. Unos callos con garbanzos, un pixín al punto justo de calor, un tierno codillo, un arroz con boletus o con almejas, un bacalao al ajo arriero o una merluza en salsa de oricios, es eso lo que enuncian, pero quienes pasaron años disfrutando las habilidades de Lolo en Casa Víctor, y las de Pino en el bar Somió saben bien cómo ambos visten de etiqueta el recetario popular.

Y si ven que mejora el resultado, añaden pimienta roja, wasabi, sal del Himalaya, macis y lo que no está escrito en el frito o el cocido de toda la vida: mesura sí, inmovilidad no. Pero, ¿por qué lo de juntos? A uno le iba bien en la marisquería Poniente mientras el amigo Avelino iba arreglando su jubilación, y el otro hizo del bar Somió un referente principal del barrio gijonés mitad casonas, mitad quintanas. Sin embargo, como Butch Cassidy y Sundance Kid, eso sí, sin otras armas que potas y cuchillos, lo de dos hombres y un destino se remonta lejos por ser ambos hermanos de leche (¿recuerdan cuando una madre amamantaba al hijo de otra por alguna imposibilidad?), paisanos, amigos y cocineros. Sobre todo amigos y cocineros.

Pino nació cinco días antes que Lolo en el pueblo leonés de Villaseca de Laciana. Deberían ambos haberse dedicado a la minería así ya estarían felizmente jubilados y no de autónomos con futuro incierto o a la matanza y los embutidos, si no les hubiera cambiado el destino Víctor Bango, empedernido cazador por la comarca, que los conoció y les ofreció aprendizaje y trabajo. Primero vino Lolo, que permaneció de cocinero en Casa Víctor unas cuantas décadas; luego le siguió Pino, que pasó de la sala a la cocina mientras Lolo cumplía el servicio militar. «Víctor me metió entre fogones y aprendí sus habilidades», evoca.

Una selecta bodega se encarga de poner la adecuada música de fondo a las cocochas de merluza en salsa verde o a los chipirones rellenos dos platos con elección enredada o al entrecot rustidín por fuera y rojo por dentro, que como el queso mejora cualquier tinto de buena cepa.

Pues, en fin, bienvenidos sean. El éxito parece asegurado con los clientes fieles que cada uno aporta de sus respectivas trayectorias anteriores, y con los nuevos que se incorporan visto lo rápido que corren de boca en bocalos los buenos haceres. Mantengan la fraternidad, sumen la creatividad y conociéndoles sepan hasta qué punto deseamos visitarles en cuanto llegue la temporada del oriciu (¡apenas queda suspiro y medio!) para que nos transformen sus corales en esencias de pura gloria.

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