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Luis Antonio Alías
Jueves, 11 de agosto 2016, 12:25
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Berta nació en Calleras, parroquia del Tineo xaldo rodeada muy bien rodeada de brañas vaqueiras, que apacienta vacas, engorda gochos y cultiva berzas y fabes que saben a gloria. A eso se dedicaban sus padres, pero como ya nadie quiere que los hijos trabajen campo adentro prefirieron que estudiara, y vino para Gijón con la idea de ganarse la vida programando ordenadores. Hace algo más de dos décadas parecía que todo el futuro pasaría por ahí, y de hecho pasó, sólo que creando menos ocupación laboral de la prevista y vaciando muchos puestos de trabajo analógicos.
Berta, con su título informático bajo el brazo, no encontró quien la contratara. Entonces, tinetense al cabo, le palpitó el gen hostelero acostumbrado, el sentido por sus paisanos en la conquista chigrera de Madrid o de Buenos Aires. Rápidamente se puso el mandil y durante años trabajó dentro y fuera de la cocina, atendiendo y guisando, fregando mesas y pelando alcachofas, hasta que cansada de casas ajenas quiso abrir la propia.
Ocurrió el año pasado. Y el sitio, tienda al principio y bar después, por donde El Llano, Contrueces y Pumarín se confunden, heredaba décadas de momentos altos y bajos, tantas que falta el recuerdo claro de la razón de su nombre: El Sitiu de Ñarres podría traducirse por «lugar de las enanas», que tal cosa significa ñarra en asturiano, aunque al parecer existe un lugar o aldea llamado así, suponemos que algo más cerca de las Montañas Azules, patria de los enanos de Tolkien.
Poco importa el pasado cuando lo necesario era levantar un futuro que va viento en popa alrededor de una animadísima barra iluminado por grandes cristaleras; si el tiempo lo permite, la terraza agrada mientras los escanciados suenan y los cacharros ese asturianísimo genérico para cualquier bebida alcohólica en vaso de sidra o de pinta van y vienen.
La cocina, por supuesto, tradicional y abundante, sin otras concesiones estilísticas que el gusto y el fartuque: tablas de mariscos, fabes y arroces marineros de los que emergen el bugre, el centollu o las almejas, brochetas de bacalao con langostinos, merluza en salsa de oricios, sardinas y bonito de casi todas las formas posibles (¡bendita mar y bendito verano!), potes y fabadas según ordena la normativa no escrita del Principado, parrilladas, salpicones E inspiraciones del momento como los rulos de cecina con queso de cabra y mermelada casera, el tomate relleno de cóctel de marisco y una ensaladilla rusa que sabe a merendero de antaño mientras los neños jugábamos y los mayores oían el trofeo veraniego del Sporting. Y por cierto, que viene a cuento:en sportinguismo estos ñarros (y ñarres) dan sobradamente la mayor talla.
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Salpicón de pulpo
Picamos la cebolla, el pimiento rojo y el pimiento verde en trocinos. Realizamos una vianagreta con tres partes de aceite, una de vinagre y sal al gusto. Aparte tendremos el pulpo cocido y sus tentáculos en rodajas y pedazos similares e igualmente pequeños, y colas de gambas peladas. Juntamos, mezclamos, y servimos bien frío.
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