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Bodega Alvarín

Bodega Alvarín

Durante décadas surtió de vinos en tonel al Llano de Arriba y ahora también proporciona platos sustanciosos

Luis Antonio Alías

Jueves, 6 de octubre 2016, 11:15

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La bodega ronda los cien años. La abrió Alvarín, el del nombre. Por entonces El Llano tenía más praos, vacas y hórreos que edificios. Después continuó tras las garrafas, las cubas y los honrados graneles de selecta procedencia Blanca, su hija, que vio crecer tocotes hasta sobre el local y la vivienda originarios, sin dejar nunca de reunir a los vecinos y obreros de la zona alrededor de pintas, culinos, tapas y platos de pota humeante.

Y tras su retiro acaba de llegar Mercedes, Merche en confianza, hija del barrio e hija de minero y de ama de casa, que supo siempre de cocina próxima, la de su madre y la suya propia cuando a su vez le tocaron las responsabilidades familiares, pero ajena al mundo hostelero de principio. Un principio que decidió cambiar al comprometerse de lleno con el mandil, el gorro, el fogón y la sala:los hijos crecen y el autónomo emprende. En el entretanto trabajó de administrativa y de dependienta además de regentar su propia frutería, tres excelentes experiencias preparatorias para elegir ingredientes, despachar peticiones y llevar las balances al céntimo.

La bodega es graciosa y cálida, sportinguista y festiva, para ver y ser visto y para refrescar las horas con vaso, jarra y taza; aunque nos toca destacar el apartado santuario del fondo, un comedor comedorín exactamente con apenas cinco o seis mesas, que asegura tranquilidad y buen provecho.

¡Hasta romanticismo de precisarlo, habida cuenta de la gloriosa ausencia de todo molesto e hipnótico aparato televisivo, que de las emociones balompédicas retransmitidas se encarga el chigre!

La carta ofrece tapas que son platos abundantes, y precios que justifican la ausencia de un menú diario. Los chipirones afogaos amariscados o el cabritu guisado llegan, tal como nos dice Merche, «con sabor a guiso lento, paso a paso, familiar, porque los comensales que atendemos suman en número los mismos que una familia numerosa».

En consecuencia la carne a la piedra, permanentemente calentada por un hornillo de gas, las ahora popularísimas zamburiñas, la paella mixta o el cachopo, necesitan su compás y su compostura; mientras el picoteo adecuadamente regado con frescuras de vino y sidra, ofrece tortilla española, chipirones fritos, oreja, pulpo a la gallega, mejillones a la marinera y a la vinagreta, revueltos y sartenes.

No quepa duda: María, Rafael y Jose, bajo la batuta entusiasta de Merche, hacen que la estancia sea grata al ánimo, el paladar y el bolsillo, tres aspectos cruciales para tantos de nosotros en estos tiempos inseguros y turbulentos.

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Chipirones amariscados: Doramos ajo y, cortada fina, casi caramelizamos cebolla a fuego mínimo. Agregamos los cuerpos y cabezas de los chipirones y vertemos un culete de sidra. Subimos el fuego y, al bullir, lo bajamos al mínimo. Sazonamos y tapamos hasta que alcancen el color canela de su tinta. A media cocción (sobre diez minutos) añadimos una andarica partida y gambas, langostinos u otros mariscos pelados.

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