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Maruxa

Maruxa

A punto de los ochenta, aunque arreglada y joven, acompaña sus famosas compuestas y su selección de vinos con tapas abundantes y caseras

Luis Antonio Alías

Jueves, 30 de marzo 2017, 17:24

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Lo de toda la vida es señal de distinguida veteranía que nadie puede negarle al Maruxa. No en vano está a punto de volverse octogenario:abierto recién iniciada la posguerra para suavizar sus rigores de puertas adentro, varias generaciones lo han tenido como lugar de encuentro y de arranque de motores alrededor de combustible único y secreto la compuesta. Ni vermú, ni combinado, ni cóctel, sino eso mismo, una mezcla de vinos, licores, hierbas y ungüentos de la madre Celestina que tonifica, alegra e impide conducir desde el primer sorbo.

Claro que al tomarla con las tapas de la casa, o sustituida por la excelente selección de vinos disponible, las propuestas comerciales, amicales e, incluso, las sicalípticas, reciben un sí rápido, mientras los problemas, cualesquiera que sean, quedan aparcados durante la estancia y un rato más.

Ojo, cuando decimos tapas nos referimos a platos pletóricos para compartir, trátese del pulpo con cachelos, de la morcilla y la cecina de vaca que el anfitrión selecciona, de la carne asada con su densa salsa, de la ensalada de gulas, de las croquetas y los callos, de las patatas a la riojana, de la redonda y señorial tortilla, o del cachopo crujiente relleno de queso de los Oscos y jamón de la Alpujarra.

José Antonio, junto con su esposa Eva María, dirigen armoniosamente toda la orquesta del lugar tras propinarle un intenso remozado que no ha desvirtuado en absoluto el aire de bar mesonero, estrecho, profundo y lleno de recuerdos con vestíbulo, barra larga, cuadros, aparadores, mesas, bancos, toneles, botelleros, colores vivos y hasta terracina callejera si las nubes, la temperatura y la autoridad lo permiten.

Con la entrada en un edificio plateresco de la calleja medieval que une el palacio de Ferrera y el de Camposagrado, debe su fundación hagamos merecida memoria y homenaje a Antonio Rodríguez, esposo de Maruxa, la cocinera que prestó su nombre. En un seguidamente pronto y extenso, desde 1945 a 1980, le tocaría a Víctor Rodríguez, hijo de los anteriores, inventar la personalísima compuesta eso que los polesos, mierenses y felguerinos llaman probe y consolidar el paso de jóvenes y menos jóvenes por aquellos vasinos de carburante medio dulces y medio amargos antes de las fiebres del sábado noche.

Llegó luego un periodo de estancamiento en el 2003 los clientes votaron la prohibición del tabaco dentro del local lo que aportó noticia, debate y algunas fugas hasta que el susodicho José Antonio, propietario de Mi Güelu y vinatero apasionado, logró hacerse con un bar y una marca que confiesa llevaba mucho tiempo deseando.

Barman de vocación y experiencia, además de avilesino de toda la vida igual que su objeto de deseo se entiende que luchara por conseguirlo y se desviva por mantenerlo.

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