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Vereda

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En un lateral del parque de la Fábrica del Gas este nuevo y pequeño comedor, hijo de una especial pasión culinaria, merece no pasar inadvertido

Luis Antonio Alías

Jueves, 1 de junio 2017, 12:21

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Manuel es de Tomelloso, provincia de Ciudad Real, villa grande y famosa por sus viñedos y por Plinio (una mezcla entre Maigret y Poirot, pero manchego y rural), el detective que imaginara el tomellosano García Pavón. En cuanto acabó el bachillerato se vino a Asturias para buscarse la vida por tierras más frescas, y trabajó de carpintero, albañil o camarero, lo que se presentara. «Pero a mi lo que de verdad me gustaba era cocinar», remarca. Y sacando tiempo del descanso, logró el certificado acreditativo y entró a trabajar en Fams de Avilés. «Rosi, la cocinera, fue mi gran maestra, la que me enseñó los trucos pequeños que hacen grande a un guiso», recuerda agradecido.

Y de Fams pasó a la también avilesina La Biblioteca:«Tuve otra gran maestra en Mónica, la jefa de cocina de allí».

Seguidamente, y por igual en fogones que en barra, pasó a dirigir la cervecería El Picalín de Avilés, donde se dedicó a preparar un amplio muestrario de tapas, habilidad que continúa y amplía tras inaugurar El Picalín gijonés.

«Las tapas no son fáciles, exigen la misma imaginación y esfuerzo que los platos de comida completa; no obstante deseaba disponer de mi propio restaurante, un sitio reducido, con pocas mesas, para ofrecer platos y menús a grupos que yo pudiera atender fácil y detalladamente; sentía que necesitaba afrontar esa responsabilidad y obtener (si la suerte y la pericia me acompañaban)la consiguiente satisfacción», dice con el orgullo y el convencimiento de haberlo conseguido.

Además, Aurelia, su pareja rumana que llevaba tiempo ocupándose de dirigir salas, apoyó la idea desde el principio.

El local, de fachada moderna y vistosa, dispone de un pequeño porche con banco pronto aparecerá la terraza para tertulias veraniegas, que el barrio de La Arena practica tal afición, y de una sala alargada y profunda, con barra y banquetas, que al final se acoda y conforma un comedor de ocho mesas.

Y en esas mesas, el meollo del asunto que nos convoca, se puede comenzar con una tabla de conchas (zamburiñas, mejillones, almejas y navajas a la plancha), una tabla de cachopos (berenjena, calabacín, provolone, setas y tradicional), una ensalada de bugre y vinagreta y otra de aguacate y langostinos.

Y continuar con el pescado del día: un delicioso rubiel si el pescadero de confianza lo obtuvo, o un no menos delicioso besugo; ambos a la espalda u horno. El pixín, de haberlo, permite plancha aparte una rica salsa amariscada o unos jugosos fritos.

El bacalao y la merluza nunca faltan, igualmente a la plancha y horno, si bien la merluza al cava, con su rica muselina de cobertura, pone un matiz diferente.

¿Carnes? El chuletón de kilo y el entrecot de black angus, dos rotundidades. Y de postre el coulant de chocolate.

Y con el café y el licorcillo, la cuenta muy prudente y la cordial despedida. Un paseo por el Muro nos ensanchará la ya de por sí amplia sonrisa.

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