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Doña Letizia, ayer en el Conservatorio de Oviedo, donde contó a los alumnos que ella estudió hasta segundo de Solfeo.
«Encantada en Asturias»

«Encantada en Asturias»

Doña Letizia se estrenó como Reina en su ciudad natal en la apertura oficial de los cursos de verano de la Escuela de Música de la Fundación Príncipe de Asturias

PPLL

Sábado, 19 de julio 2014, 00:18

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El despliegue de seguridad era monumental en Oviedo que, precisamente en su monumental casco antiguo, recibía a las once de la mañana a una hija predilecta que hace apenas un mes se convirtió en Reina de España. No era monumental, en cambio, la expectación. A las puertas del Conservatorio de Música Eduardo Martínez Torner de Oviedo, en la corrada del Obispo, no hubo multitudes pero sí un nutrido grupo de fieles que la recibieron al grito de «¡Viva la Reina!» Ella respondió con una sonrisa. Después sería pródiga en gestos de cercanía hacia los chicos que la esperaban de puertas adentro del conservatorio y el público, que dos horas después se había multiplicado y reclamaba su atención al grito de «guapa».

Doña Letizia se estrenó en su ciudad natal como Reina con falda lápiz y blusa de seda en tonos grises que ya había lucido en tres ocasiones anteriores, con cartera print de serpiente y sandalias en el mismo tono metálico que su ancho cinturón. Con ese look y con la melena suelta fue recibida a las puertas del conservatorio por el presidente del Principado, Javier Fernández, que encabezaba una comitiva de autoridades en la que no faltaron ni el delegado del Gobierno, Gabino de Lorenzo, ni el presidente de la Junta General del Principado, Pedro Sanjurjo, ni la directora de la Fundación Príncipe de Asturias, Teresa Sanjurjo.

Su destino era la primera fila del salón del actos del conservatorio, donde la esperaba ya Ara Malikian, el violinista libanés de origen armenio que debía pronunciar la conferencia inaugural de los cursos de Verano de la Escuela Internacional de Música de la Fundación Príncipe de Asturias, después de escuchar las palabras de bienvenida de Teresa Sanjurjo, que apeló a la excelencia de la que hacen gala los cursos e invitó al centenar y medio de alumnos participantes a aprovechar la experiencia. «Espero que viváis la música y la disfrutéis».

Y el inicio fue puro disfrute. Ara Malikian estuvo brillante en su discurso improvisado. Provocó sonoras carcajadas y fue capaz de emocionar tocando, igualmente de forma improvisada, para y con los alumnos. No había escrito una sola palabra el virtuoso violinista, que lejos de ponerse a sí mismo como ejemplo se sitúo en el plano contrario. «Voy a contaros mi experiencia como un ejemplo a no seguir», dijo antes de narrar, con el buen humor como fiel aliado, su particular historia musical. Recordó cómo su padre, en su infancia en Líbano, le obligaba a tocar el violín cuando él prefería jugar al fúbol e incluso le agracedió aquella insistencia que -confesó- él no será capaz de repetir con su hijo, que nacerá en dos semanas. Reflexionó precisamente sobre esa batalla entre la obligación infantil que algún día habrá de convertirse en pasión y profesión y se fue directamente a los 16 años, cuando llegó a Alemania con una beca que finalmente no existió porque no había cumplido los 18. Aquí desató las risas al narrar cómo la casualidad hizo que durante tres años se dedicara a amenizar bodas judías. No hablaba una palabra de alemán, una mujer se le acercó en un concierto y... «Mi padre siempre me dijo que para ser educado hay que decir a todo que sí, y eso hice». Sin entender a qué repartió «síes» a todo el mundo y cuando halló traductor descubrió que tenía una cita en una boda judía para tocar un repertorio hebreo. Se buscó la vida, preparó las composiciones y de una boda salió otra. «Hasta que mi segunda novia judía encontró mi pasaporte libanés», bromeó.

Pasaron los años y empezó a tocar en una orquesta de una ópera de una pequeña ciudad alemana. En el país existe la costumbre de hacer ranking de orquestas. La suya era la penúltima. Aprendió mucho y buscó nuevos horizontes. «Hay que buscar cómo darse a conocer y yo elegí el camino de los concursos, que no sé si es sano o no, pero fue lo que hice». Se tiró un lustro concursando y aprendiendo y su siguiente etapa vital le llevaría a Asia. «En Taiwan me contrató un sello y me propusieron hacer un disco de pop y yo dije ¿por qué no?» Así fue. «Me hice superfamoso, me convertí en una estrella del pop y fue una experiencia maravillosa». Tanto que le sirvió para descubrir que la música clásica debe salir de su mundo y asentarse más en el territorio de lo real, acercarse a lo que le preocupa al público.

De China, Japón y Taiwan regresó a Europa, a España, donde estuvo ocho años en una orquesta sinfónica como concertino, otra magnífica experiencia a la que le puso fin «porque necesitaba algo más, disfrutar de mis propias creaciones». Y en esas está. «No sé si les va a servir para algo la conferencia», les dijo a los chicos, antes de, también de forma improvisada, responder preguntas que servirían de conclusión final: «La música no es solo tocar un instrumento, es divertirse».

Es la suya «una profesión maravillosa» capaz de divertir al público y al propio músico y que exige hoy una vuelta de tuerca. «Se ha perdido ese concepto bohemio de la música», lamentó. Y fue más allá: «El músico debe ser irreverente, muy pesado, hacer las cosas a su manera, equivocarse, buscar su propio camino, su propia interpretación». Quizá los conservatorios tienen alguna responsabilidad en esa homogenización que Malikian rechaza de plano, esa pérdida de personalidad contra la que hay que luchar continuamente. Y para terminar tocaba hacer una recomendación. Si bien él no es ejemplo de nada, sí hay algo a imitar de su vida: «Ojalá que améis la música tanto como lo hago yo. Estoy enamorado de la profesión, me duermo pensando en lo que voy a tocar al día siguiente... Hay que jugar y divertirse porque es maravilloso».

Lo que hizo después fue ponerse a jugar. Clamó en favor de la improvisación y con los chicos sentados en las butacas les invitó a tocar con él. Sonó a gloria su violín y también resonaron los aplausos, los primeros los de la Reina Letizia, que poco después abandonó la sala y visitó dos de las aulas donde se imparten las clases. En la primera de ellas, un alumno y un profesor italianos le explicaron, con palabras en inglés y las notas del clarinete, su trabajo conjunto. Llegó después la foto de familia con los chicos, la charla distendida entre Malikian, los alumnos y el adiós. Todo comenzó a las once de la mañana y finalizó a la una, cuando la doña Letizia se acercaba a las personas que la esperaban en la corrada del Obispo. Besos, fotos y la respuesta a una pregunta. ¿Contenta de estar en Asturias como reina? «Claro, encantada».

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