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Karlos Arguiñano, un cocinero sin pelos en la lengua

Karlos Arguiñano, un cocinero sin pelos en la lengua

El chef vasco se disculpó ayer por sus palabras sobre la afición del Betis:«Hablo tanto y tan seguido y durante tantos años...». El cocinero vasco se ha convertido en un opinador sin fronteras

carlos benito

Martes, 3 de marzo 2015, 04:56

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Desde que empezó a asomarse a nuestras pantallas, allá en la noche de los tiempos, siempre hemos tenido claro que Karlos Arguiñano era algo más que un cocinero. Sus portentosas dotes de comunicador y sus más discutibles habilidades como cantante y humorista consiguen que la receta del día parezca a veces una excusa, una simple coartada para poder contar sus cosas, porque resultaría raro ver en la tele a un tipo que luce el gorro blanco y no trastea en los fogones. Pero, en los últimos años, una nueva vertiente del chef guipuzcoano ha ido ganando terreno, hasta dotar de una dimensión añadida a su figura: Arguiñano se ha convertido en un opinador, un editorialista televisivo que rubrica sus análisis con una ramita de perejil.

Tiene su lógica. Arguiñano debutó en la tele nacional en 1991, cuando dio el salto desde la autonómica vasca, y al cabo de un cuarto de siglo ya deben de habérsele agotado todos los comentarios posibles sobre la mejor manera de picar el puerro o la técnica ideal para desespinar un pescado. Así que Karlos echa un vistazo fuera de su cocina y opina sobre todo aquello que le va llamando la atención: la semana pasada, fueron los cánticos de algunos ultras del Betis contra la exnovia de Rubén Castro, el jugador acusado de cuatro delitos de maltrato y uno de amenazas. «Los aficionados aplaudiendo, vitoreando al maltratador. Me parece terrible. El fútbol hay días que me enerva», dijo el cocinero. Y añadió: «Una cosa es que en el fútbol puedas gritar o desahogarte y otra cosa es que vitoreemos al maltratador, por favor».

En el club sevillano, tanto entre su afición como en su directiva, no ha sentado nada bien la generalización, ni tampoco que en esos reproches faltase la presunción de inocencia. «Ha permanecido silencioso ante determinados hechos acontecidos en este país, ahora no sé a qué viene referirse a este asunto de esta manera», ha llegado a criticar el presidente bético, Juan Carlos Ollero, quien también ha anunciado que «se están estudiando las acciones legales que puedan corresponder». La polémica tuvo ayer un nuevo capítulo, no muy habitual: en su programa de Antena 3, mientras preparaba un lomo de cerdo a la canela con polenta de manzana y ciruelas pasas, Arguiñano se disculpó. Lo hizo a su manera, sin mencionar el caso de manera explícita, justo cuando terminaba de trocear con destreza la manzana: «Hablo tanto y tan seguido y durante tantos años que, a veces, igual digo cosas que no estoy en lo cierto, o me puedo equivocar. Que sepáis que pido perdón si alguno se ha sentido molesto con alguna cosita que haya podido decir. En ningún momento lo hago para dañar a nadie: los comentarios suelen ser a veces a bote pronto, a veces en caliente».

El Betis ha logrado, así, lo que no consiguieron los banqueros. Tras la andanada épica de 2012 en la que llamó «gangsters y gorileros» a quienes manejan la economía mundial, Arguiñano hizo la siguiente reflexión: «Cuando me equivoco, pido perdón, pero no es el caso». Aquel discurso, que ha acumulado más de dos millones de visionados en alguna de las versiones colgadas en YouTube, supuso la consagración definitiva del chef vasco como líder indignado. Pelos en la lengua nunca tuvo hablamos de un hombre que cantó ante la cámara aquello de «el conejo de la Loles» y su novio hortelano, que «le guardaba los tronchos gordos», pero últimamente suele orientar su natural desenvoltura hacia análisis de la situación sociopolítica.

Choris de cuidado

De Rajoy y sus ministros ha afirmado que, «si llegan a explicar lo que iban a hacer, igual no están en el poder», pero su mayor obsesión son, sin duda, los corruptos y los banqueros ricos, ricos. «Este país es excelente en chorizos. Igual no nos va a superar nadie en chorizos», resumió, con un pie en la chacinería y otro en la ética, el mismo día que se refirió a Gerardo Díaz Ferrán como «vaya pajarito». Cuando viaja en avión, Arguiñaño contempla «miles de casas que se ve que están paradas por el desmadre de los constructores con los ayuntamientos golfos», y el tema de Bankia y las tarjetas black le saca particularmente de quicio: «Son unos choris de cuidado, ¿les dará verguenza andar por la calle, no?». En sus alocuciones se repiten lemas como «el mundo está mal porque mandan los malos» o «el dinero es un veneno», y a su público parece entusiasmarle ese aliño contestatario para la receta del día: la robusta audiencia de su espacio suele oscilar entre los 600.000 y los 700.000 espectadores.

¿Y cómo ven los críticos de televisión al Arguiñano opinador? ¿Tal vez debería ceñirse a lo suyo, a los guisos con fundamento? «Él es como es, obviamente. Y, si dejara de opinar o hacer chistes chuscos, dejaría de ser Arguiñano. El problema es que, cuando llevas tantos años en la tele, tantos programas, tantas opiniones, tantos chistes machistas, pues un día metes la pata. Es imposible gustar a todo el mundo todo el tiempo, sobre todo si hablas tanto como este hombre», valora Javier Pérez de Albéniz. Su colega Rosa Belmonte considera «absurda» la idea de repartir el espectáculo televisivo en compartimentos estancos: «El gran valor de Karlos Arguiñano, que no tienen ni Arzak ni Berasategui, si acaso David de Jorge, es el de hacer el payaso, dando por superado el asunto de la cocina, que se da por supuesto. De Karlos Arguiñano se espera que cuente chistes malos, cante y se ponga gafas absurdas. Y, por supuesto, que opine de lo que le dé la gana. Pretender que se centre en los sofritos es ridículo».

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