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Huelga  de alcoba

Huelga de alcoba

Dejar a los maridos sin sexo se sigue usando como medida de presión. En África y Colombia son comunes estas iniciativas, que, según una Nobel de la Paz, animan a «los hombres buenos» a actuar

CARLOS BENITO

Martes, 31 de marzo 2015, 00:16

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Quedaría muy feo hablar de huelgas de sexo sin mencionar su ilustre referente literario. En el siglo V antes de Cristo, el griego Aristófanes escribió 'Lisístrata', con un argumento que estaba llamado a perdurar a través de la historia: las mujeres, hartas de tener a sus esposos batallando por esos mundos de Zeus, deciden excitarlos al máximo pero impedir su desahogo. Los maridos acaban con «la ingle inflamada» y la guerra del Peloponeso deja paso a un desenlace ardiente y feliz. El hecho de que una ocurrencia de hace dos milenios y medio se siga poniendo en práctica hoy en día puede interpretarse de dos maneras: como un signo de que hay cosas inmutables que nos hacen humanos o, en fin, como la triste constatación de que en todo este tiempo no se ha logrado avanzar mucho en la capacidad de maniobra de las mujeres.

El caso es que, en pleno siglo XXI, las huelgas de sexo siguen siendo asombrosamente frecuentes, sobre todo en África. En esa popularidad tiene mucho que ver el hecho de contar con un antecedente exitoso: en 2003, las mujeres liberianas promovieron una iniciativa de este tipo para acabar con la larga y brutal guerra civil. La insurrección en las alcobas formaba parte de una campaña más amplia y compleja de resistencia pacífica, pero la memoria del mundo se ha quedado sobre todo con el detalle curioso y seguramente anecdótico de la abstinencia. La promotora de aquella rebelión, Leymah Gbowee, que ha recibido el Nobel de la Paz, todavía se asombra de que le sigan preguntando por la huelga de sexo, a la que atribuye una función esencialmente propagandística: «Es efectiva en el sentido de que atrae la atención de la gente», ha declarado al 'Huffington Post'. Eso sí: también sostiene que sirve de acicate para que «los hombres buenos» se animen por fin a actuar.

El ejemplo de Liberia ha convertido las huelgas de sexo en una especie de nueva tradición africana. Hace tres años, en Togo, se puso en marcha una para presionar a los varones a adoptar medidas contra el presidente Gnassingbé: no sirvió de mucho, porque actualmente sigue en el cargo, y la abogada que la impulsó tuvo que afrontar un montón de críticas. «Es fácil para ella porque no está casada», le reprocharon. A finales del año pasado, en Sudán del Sur, un grupo de activistas hizo un llamamiento a las mujeres para que «negasen a sus maridos los derechos conyugales hasta que ellos se aseguren de que vuelve la paz». También Ghana, Costa de Marfil o Kenia han vivido protestas de este tipo.

«Las piernas cerremos»

Fuera de África, el país con mayor experiencia en huelgas sexuales es Colombia, donde han tenido lugar al menos tres en la última década. En 2006, las esposas y novias de los pandilleros de Pereira, en la región del Triángulo del Café, convocaron una «vigilia de piernas cruzadas», cansadas de que las treinta bandas de la comarca se dedicasen sistemáticamente a matarse entre sí. «Prefiero que se enfade ahora a tener que ir a su funeral», resumió una de ellas.

La campaña, apoyada por la alcaldía, tuvo incluso su rap oficial y se prolongó durante dos semanas, pero resulta imposible cuantificar hasta qué punto influyó en el descenso de los homicidios. En Barbacoas, al suroeste del país, no llevan un paro sexual sino dos, en 2011 y 2013, ambos en demanda de que se pavimentase una carretera: las reivindicaciones anteriores de las mujeres no habían conseguido la menor repercusión, pese a incluir una huelga de hambre, y la medida de reducir a los hombres a la castidad forzosa permitió al menos que se oyese su voz. Hasta el alcalde, José Arnulfo Preciado, admitió que su esposa llevaba una semana durmiendo en otra habitación.

Muchas veces, estas estrategias tienen como principal finalidad la denuncia, a menudo irónica. En Bélgica, ante la incapacidad de los políticos para formar gobierno, una senadora socialista pidió a las esposas de los negociadores que los dejasen en barbecho sexual. «Solo se ha ofendido ese 10 o 20% que no tiene sentido del humor», valoró la parlamentaria, que había sacado la idea de una visita reciente a Kenia. En Japón, se fundó la 'asociación de mujeres que no van a tener sexo con los hombres que voten a Masuzoe', carga de profundidad contra el candidato a gobernador tokiota Yoichi Masuzoe, un portento de modernidad convencido de que «las mujeres no son normales cuando tienen el periodo y no se puede dejar que tomen decisiones críticas sobre el país».

Y en Ucrania sigue vigente la iniciativa de negarse a mantener relaciones con varones rusos, como parte de un boicot más extenso en protesta por la anexión de Crimea. En vez de recurrir a Aristófanes, estas ucranianas han buscado una inspiración más cercana en el poeta Taras Shevchenko, que en sus versos no llega al extremo de mencionar las ingles: «Enamoraos, oh doncellas encantadoras, / pero no de los rusos».

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