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La familia al completo la noche electoral. Mauricio, ‘Ju’, como la llama él, y Antonia, la hija de ambos.
Juliana Awada, el hechizo de Mauricio Macri

Juliana Awada, el hechizo de Mauricio Macri

La primera dama argentina, es una niña pija, guapa a rabiar e insaciable en la cama, según cuenta su marido

irma cuesta

Sábado, 28 de noviembre 2015, 03:45

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La «negrita mágica, única y hechicera» con la que el flamante presidente de la Argentina se casó hace cinco años forma parte de eso que en su país llaman Generación Conaprole; el nombre de los helados uruguayos de los que las clases pudientes se atiborran cuando se instalan en Punta del Este. Un mundo de pijos nadando en dinero del que, según explicaba hace solo unos días un analista porteño, Juliana Awada (Buenos Aires, 1974) es la destilación perfecta. Mauricio Macri, que en solo un año ha pasado de alcalde de Buenos Aires y actor secundario en la carrera presidencial a jefe de Estado de uno de los países con mayor renta per cápita de América Latina, tiene en la mujer que le volvió loco de amor, además de una amante entregada -«es insaciable en la cama», ha declarado su marido- a su más ferviente admiradora. Aunque a la futura primera dama no le interesa la política «más allá de lo que cabe esperar de cualquier argentino que ama su país», cerró filas junto a él en su meteórico viaje a la Casa Rosada convirtiéndose, sin quererlo, en la imagen más cool de la campaña.

En estos últimos meses, la empresaria textil aparcó sus viajes a Europa en busca de inspiración, sus partidos de golf y las labores propias de una madre de dos niñas pequeñas para servir empanadas en el Macrimóvil a los miembros de Cambiemos. Ha participado en la fiesta de la Pachamama y se ha emocionado con historias de hombres y mujeres cuya vida está sembrada de dificultades. «A mí no me importa si no nos podemos ir de vacaciones por su trabajo. Ni me quejo ni me pesa. Yo lo amo y cuando amás a alguien, lo apoyás», ha declarado con la misma sonrisa que estos días ha paseado por todo el país.

Es posible que sea la mezcla de sangre sirio-libanesa que corre por sus venas la responsable de ese encanto irresistible. Su padre, Abraham Awada, nació a finales de los años 20 muy cerca de Beirut y emigró a la Argentina decidido a probar fortuna siendo aún un adolescente. Tenía 30 años cuando se cruzó en su camino Elsa Esther Pomi Baker Yessi, la hija de un inmigrante sirio musulmán de 17 años con la que se casó y tuvo cinco hijos mientras armaba un próspero negocio textil valiéndose de métodos algo más que cuestionables que nunca han terminado de aclararse. Los Awada estrenaron 2007 acusados de tratar a sus empleados como esclavos. La familia política del presidente se enfrentó a la investigación abierta por un juez federal tras confirmarse que entre los costureros que trabajan en uno de sus talleres había varios menores a los que pagaban por pieza y que a ninguno ellos se les permitía salir a la calle sin entregar previamente sus documentos de identidad. Bien es verdad que, cuando la cosa comenzaba a complicarse, un oportuno ascenso del magistrado dejó el asunto cerrado sin condena alguna y a los Awada, lejos de cualquier eventualidad que perturbara su plácida existencia.

Años antes, en agosto de 2001, Abraham fue abordado por una banda de delicuentes cuando salía del San Andrés Golf Club, secuestrado y liberado cinco días después de que la familia pagara 300.000 dólares.

Juliana, la pequeña de los hijos de Abraham y Madame Awada -como se conoce en el mundillo de la moda a la suegra de Macri- creció como crecen los niños bien argentinos: educación bilingüe, hockey, mucho golf, algo de diseño, arte y cocina, y de vez en cuando un viaje alrededor del mundo para conseguir ese barniz cosmolita del que tanto gusta presumir a los porteños de clase alta. Tras unos meses en Oxford perfecionando su perfecto inglés, a los veinte años Julieta regresó a casa y se incorporó a la empresa familiar dispuesta a aportar nuevas ideas y hacerse cargo de la línea joven de las marcas de la casa: Cheeky y Como quieres que te quiera.

Aún pasarían unos años hasta que aquella chavalita conociera a quien la próxima legislatura llevará las riendas de un país que, tras 12 años de kirchnerismo, acaba de girar inesperadamente hacia el centro-derecha. Primero tendría que casarse con Gustavo Capello, un amor veinteañero del que se divorció pocos años después y conocer a quien fue su pareja durante una década. Juliana y el conde belga Bruno Laurent Barbier, con quien tuvo su primera hija, Valentina, se encontraron en un vuelo París-Buenos Aires de Air France. Cuentan que, antes de aterrizar, el aristócrata con una fortuna estimada en 400 millones de dólares, le había pedido matrimonio. De cómo se las gasta la matriarca de los Awada da idea el hecho de que cuando su hija le presentó a su pretendiente, le advirtió: «No te hagas el vivo con mi hija porque te corto los huevos». Julieta y Bruno nunca llegaron a pasar por la vicaría y poco después de su ruptura aparecería en escena Macri, un ingeniero hijo de uno de los industriales más ricos del país, con la misma buena pinta y tanto o más dinero que el conde.

El presidente argentino ha contado que se conocieron en el Ocampo Wellness Club, un gimnasio del exclusivísimo Barrio Parque, y que cuando la vio quedó «absolutamente hechizado». Sin duda, aquella morena alta y delgada (mide 1,73) que emana glamur debió deslumbrarle, porque a Ju, como él la llama, le bastaron un par de encuentros más para que el presidente del Boca durante 13 años cortara con su segunda esposa, Malala Groba, cogiera el teléfono y llamara a uno de sus hermanos para anunciarle que tenía previsto casarse con una mujer bellísima con la que se había cruzado en el gimnasio.

Una cita de varios días en la playa serviría a la pareja para certificar que lo suyo era un amor irreversible, porque en pocos meses se irían a vivir juntos, se casarían y nacería Antonia. La prueba de que Mauricio no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de hacerse con auella chica es que, antes de aquel fin de semana tórrido en Punta del Este, en una cena en casa de los Awada a la que acudió invitado por uno de los hermanos de la primera dama, el presidente electo saludó a la señora de la casa con un «hola suegrita» que dejó estupefacta a madame Awada.

Una it girl en toda regla

El presidente celebró su tercera boda por todo lo alto. «Gracias por haberme elegido, gracias negrita, mágica, única y hechicera», le dijo Macri durante el festejo en el que a punto estuvo de morir ahogado al atragantarse con el bigote postizo que llevaba mientras interpretaba Love of my life disfrazado de Freddie Mercury. El marido de Juliana, que ha contado que una vez conoció al líder de los Queen y no le dio ni bola, no disimula que sigue loco por la mujer que le robó el corazón en el gimnasio; tampoco que su vida sexual sigue siendo tan fantástica como el primer día, ni que duermen bien pegados toda la noche aunque para ello, incluso en invierno, tengan que dejar puesto el aire acondicionado.

Elegante, sexy, espontánea, segura de sí misma... Juliana ha desbaratado la imagen que en buena parte del mundo tenemos de la mujer de un líder latinoamericano. Ni peinados rebuscados, ni mechas rubias, ni joyas -solo un buen reloj-, ni trajes de chaqueta aburridos. Han tenido que pasar 52 años para que la política mundial alumbrara a una primera dama con posibilidades de destronar a la icónica Jacqueline Kennedy. Ni siquiera Carla Bruni con ese estilo aristo-místico tan propio de las francesas adineradas, había conseguido hacer sombra a Jackie. Juliana, de momento, ya ha cautivado a los argentinos.

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