Rómulo' no ha tenido una vida fácil. La suya, más que de rinoceronte, ha sido una vida de perros. Nació en un safari park del Reino Unido el 15 de abril de 1979 y hasta hace unos meses no ha sido medianamente feliz. Su historia es la de los viejos zoos, lugares de angostas jaulas y crueles condiciones.
Este rinoceronte blanco acabó quedándoselo un circo, donde empezó a adquirir el terrible hábito de caminar en círculos para lucir en un escenario no muy amplio. El día que dejó atrás a payasos y equilibristas tampoco mejoró su suerte. 'Rómulo' fue trasladado entonces, en 1984, al zoo de Valencia. Allí, con cinco años, se vio condenado a una cárcel con barrotes, una jaula claustrofóbica de 18 metros de diámetro para un bicho de más de dos toneladas. No tenía otra alternativa que dar vueltas y más vueltas.
La historia del zoo, que abrió el 10 de junio de 1965 con 25 ejemplares, concluyó en 2007, cuando se produjo el traslado al Bioparc, a la otra punta de la urbe, donde abundan los espacios abiertos y se recrea la sabana africana. Los veterinarios y cuidadores de 'Rómulo' confiaban en que entonces dejara de andar en círculo y, por fin, a sus 18 años, pudiera deambular a sus anchas. Pero sus comportamientos estereotipados se mantuvieron.
Loles Carbonell conoció a 'Rómulo' en 1995. «Era la primera vez que veía un rinoceronte de verdad y me maravilló lo bonito que es y que le encantara el contacto con la gente. Era habitual que se acercara a la cerca a que le rascaras debajo de las orejas. Pero también me dio mucha pena verlo andar en círculos».
La veterinaria y sus colaboradores se empeñaron en corregir este vicio adquirido y mejorar su bienestar en el Bioparc. «De entrada ya tenía más espacio», explica Carbonell. «Pero además había una ría, charcos de barro, que le encantan, cascadas en las rocas... Y le colocábamos obstáculos para que tuviera que esquivarlos y dejar de ir en círculos. Había muchos elementos que le estimulaban, pero no fue fácil».
'Rómulo' tardó años en aprender que había otra forma de moverse y el visitante veía, apenado, los círculos que dejaba marcados sobre la arena, una condena de por vida a causa de su triste pasado. Pero el ingenio y el empeño del personal del Bioparc permitieron acabar con su estereotipia y todos celebraron el triunfo de este veterano.