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IRMA CUESTA
Lunes, 2 de octubre 2017, 03:59
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Hace unos años, un famoso escritor alemán le preguntó a un amigo y colega de 65 años que acababa de divorciarse por qué lo había hecho. El hombre, sin pensarlo, contestó: «Mi mujer no soportaba cómo cerraba el tubo de la pasta de dientes». La respuesta, por cáustica que resulte, resume a la perfección lo que cada año le ocurre a cientos de parejas maduras. Después de décadas de convivencia y de haber sacado adelante una familia, lo más insignificante puede abrir la caja de los truenos.
Algo así fue lo que le ocurrió a María. Veintiséis años y dos hijos después de haber pasado por la vicaría y haber prometido amor eterno a Fernando, tomó la decisión de separarse. Con la niña trabajando y el chaval a punto de terminar la carrera, María puso fin a una relación que llevaba años haciendo aguas. «Durante los años que hemos estado juntos hemos evolucionado de manera distinta. Nuestros gustos, las cosas que nos interesan o emocionan no tienen nada que ver. Sin quererlo, empezamos a dejar de compartir otra cosa que no fuera la casa o la educación de los niños», dice esta médico de 55 años.
Fernando y María protagonizaron uno de los 33.890 divorcios que tuvieron lugar en España el año pasado entre mayores de 50 años, un sector de población en el que las rupturas, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), no han dejado de crecer.
La cifra de separaciones en esta franja de edad creció en 2016 un 4,6% con relación a 2015 y fue un 30% mayor que la contabilizada en 2013, unos 26.000; una subida meteórica si tenemos en cuenta que, en términos generales, el número de procesos apenas varió.
Luis Zarraluqui, socio director del bufete especializado en asuntos de familia que lleva su nombre, opina que el incremento de divorcios y separaciones entre parejas mayores de 50 es la lógica consecuencia de la realidad actual. «Por un lado, la vida es cada día más larga. Un colega inglés me comentaba ayer que en Gran Bretaña el número de matrimonios entre mayores de 65 ha crecido de manera exponencial en los últimos años. Normal, no solo vivimos más, sino que llegamos mejor a viejos, en todos los sentidos. La otra variable incontestable es la incorporación de la mujer al mercado laboral. Hace tiempo que dejaron de ser dependientes, en muchos sentidos, de sus maridos».
El abogado asegura que sobre esas dos realidades se explica lo que está pasando. «Por si eso fuera poco, nuestras relaciones cada vez son más abiertas, nos cruzamos con más y más gente y es imposible no hacer comparaciones. En casa tenemos un marido que ni se sabe el tiempo que hace que no nos ha dicho lo guapas que estamos y al llegar al trabajo un compañero nos dice todas las mañanas que nos encuentra guapísimas. Tienes que estar muy bien para que la comparación aguante el envite».
Por el bufete de Luis Zarraluqui pasan todo tipo de procesos. «Estoy divorciando a señoras de 60 y 65 años estupendas, y aunque la realidad es que a cada caso lo rodean sus propias circunstancias, en muchos se dan las dos variables de las que hablamos: aún se sienten jóvenes, sus hijos ya no dependen de ellas y tienen independencia económica. Las reglas del juego han cambiado y ya no tiene que ser una tercera persona el detonante para que alguien decida empezar una nueva vida. Puede haber infinitos motivos».
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