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EN LA META. Menchov celebra su victoria. Detrás de él, a la derecha, Samuel Sánchez. / EFE
«Ha sido una vergüenza», brama Sastre
Ciclismo

«Ha sido una vergüenza», brama Sastre

El abulense denuncia un complot urdido por Piepoli y Menchov, ganador en Arcalís

J. GÓMEZ PEÑA

Martes, 11 de septiembre 2007, 03:41

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El ojo de la sospecha. Gran angular. Carlos Sastre rumiaba algo. Se puso máscara. Disfraz de débil. Se dejó caer a un rincón trasero. Como sin aire. Tenía una duda y la quería solventar. Bastante dura era la cuesta de Arcalís como para arrastrar ese peso de más. Por eso cedió adrede cuatro metros. El cebo. Picaron. «En ese momento ha atacado Piepoli», constató. Lo que Sastre sospechaba. Y acusó: «Le ha hecho la carrera al líder». A Menchov, el ganador ayer, el más fuerte de la carrera.

Resuelta esa interrogación, el abulense reaccionó rápido, como un ratón por el zócalo de la cocina. Delante de nuevo, con los miembros del complot. Para él, ya estaba todo claro. Piepoli es amarillo, del Saunier. Menchov, naranja del Rabobank. Y Sastre los ve del mismo color. Sabe que les une una vieja habitación, la que compartieron en el Banesto. Esa amistad. Para Sastre esa palabra tiene otro significado: «Vergüenza». La Vuelta se pica. Esa emoción le queda.

Menchov lo negaba. «No he hablado con Piepoli». No quería líos. Andaba susceptible. Hasta con las preguntas inocentes: «¿Cree que con esta victoria ha dado un golpe moral?», le cuestionaron. Se sorprendió. No entendió. Patinó con el castellano. «¿Cómo un golpe! ¿A quién? No le he dado un golpe a nadie!», contestó. Luego se lo explicaron. «Ah, moral. Sí, eso sí, pero queda mucha Vuelta». Ambiente erizado.

A Matxin, el director de Piepoli, le extrañó la actitud de su escalador. No suele mostrarse tanto en las subidas. Su táctica es agazaparse y brincar de repente. Pero le defendió: «Cuando Sastre ha atacado luego, no ha salido a por él». Nada de complot. La culpa la tuvo el viento, que espesó la subida. Que frenaba. Que desanimaba a los más agresivos. «El viento», decían unos. Mientras, seguía girando el huracán interior de Sastre. Incendiado: «Esta carrera podía ser muy bonita. Así no, ha sido penoso».

Curioso. La etapa 'reina', el maratón pirenaico, no tuvo bastante con 214 kilómetros y cuatro puertos. Siguió una vez finalizada. Ya desde el inicio se vio que iba a ser un día a recordar. El día que se marchó Freire. Es un metrónomo. Vino a por victorias -tres- y a por unos días de competición. Nueve. Los justos. El décimo le espera en el Mundial de Stuttgart. Su 'dorado'. Quizá su cuarto oro.

Esta Vuelta recordará su puntería. Y también la ascensión de ayer a Arcalís. En Andorra, un lugar atascado, un hipermercado en la montaña, un semáforo en rojo. Un embrollo. Un síntoma de lo que esperaba sobre el asfalto de Arcalís. Cuando la fuga de Marchante, David López, Galparsoro, Bettini, Van Golen y Turpin se quedó en nada, empezó todo. El lío. Sastre sopesaba a sus rivales. Mandó estrujar la carrera. Con Cuesta, con Gustov. Ojos entrecerrados. Mosqueado. Algo no le gustaba. Sentía que tras él se cruzaban la dos hojas de una tijera: Piepoli y Menchov. Que querían decapitarle. Por eso echó el señuelo de su supuesta flojera. «Quería saber lo que pasaba».

Cuando vio reaccionar a Piepoli, le borbotó la sangre. Le miró severamente. Y atacó. Hasta tres veces. Contra el dúo rival. Contra todos. Contra el viento de cara. Esa rabia redujo la Vuelta a un racimo escaso de nombres: Sastre, Menchov, Piepoli, Evans, Efimkin, Beltrán, y algo más atrás el asturiano Samuel Sánchez -que finalizó tercero en la etapa-, Mosquera y Antón, un ciclista de goma. Lo que no pueden las piernas se lo encarga a la ilusión. Futuro.

El eje

Sastre era el eje de la subida. La bilis le dibujaba el semblante. Pero no le bastó para arrancarse la sombra de Menchov. El ruso abrumaba. Serio. Tieso. Como si nada. Nunca reclinó la cabeza. Los Pirineos dicen que la Vuelta es suya. Sastre no lo acepta. Y menos así. Con Piepoli, un aliado inesperado. Amigo de Menchov. Enemigo de Sastre. En eso estaban cuando por detrás llegó Antón. Joven ciclista antiguo, de esos que siempre juegan a los dados para ver si sale su dorsal. No tenía fuerzas, pero hizo jugada.

Aceleró el esprint en montaña, en Arcalís. Piepoli le relevó. Sin opciones ahí, el italiano se entregó al amigo. A Menchov. Catapulta. Pago por el regalo del día anterior, por la etapa de Cerler. Por años de habitación. Así fue. Mientras ondeaban los brazos del líder Menchov en Arcalís, a Sastre la indignación le taponaba la garganta. Hasta que explotó: «Ha sido una vergüenza».

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