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VIRTUOSO. Horacio Lavandera, en plena actuación, en el Museo Evaristo Valle. / SEVILLA
Magia sonora y emoción
MÚSICA

Magia sonora y emoción

RAMÓN AVELLO

Jueves, 13 de septiembre 2007, 03:49

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Comprendo y me adhiero al entusiasmo del promotor Aquiles García Tuero, organizador y maestro de ceremonias del concierto, respecto al pianista argentino Horacio Lavandera. Retengan este nombre, porque Horacio está destinado a ser, si no lo es ya, uno de los grandes músicos de nuestro tiempo. El recital que ofreció en el Museo Evaristo Valle, bajo el patrocinio de la Fundación Ángel Varela, fue no sólo un prodigio de sensibilidad musical, sino también un acto de

encantamiento. Un concierto mágico, al que no fue ajeno el sugerente e íntimo espacio del Museo Evaristo Valle.

Horacio Lavandera posee una personalidad pianística que, en mi opinión, reúne con naturalidad dos cualidades que, paradójicamente, parecen opuestas. En la manera de frasear, en el juego y la combinación de planos sonoros y en la forma, estilísticamente rigurosa de abordar cada composición, Horacio Lavandera es un intérprete reflexivo y muy analítico. En la fluidez de las oscilaciones del tiempo interno de cada movimiento de la obra, en la riqueza de dinámicas, las capacidades de matices y la variedad sonora de colores, el pianista es, aparentemente, un intérprete intuitivo y emocional. La unidad de estas dos cualidades, el rigor analítico y la intuición artística, son, probablemente las claves esenciales de unas interpretaciones muy comunicativas y llenas de vida. El virtuosismo técnico que sin duda Horacio Lavandera lo posee en el grado más alto es un mero eslabón para la verdad interpretativa que tan exquisitamente supo transmitir en las obras del programa.

Comenzó el concierto con una recreación intimista, muy subjetiva, de la sonata 'Claro de luna', de Beethoven. Versión muy contenida en dinámica y tiempo en los dos primeros movimientos, y rabiosamente febril en el tercero. Continuó el pianista con una interpretación muy vibrante y plena de brío y fuerza de la compleja y técnicamente endiablada Sonata 'Waldstein'.

La libertad del tiempo y el gusto por el 'rubato' propio del pianista se proyectó en las versiones brillantes y líricas de Chopin. Un Chopin sin afectación, lleno de ligereza y naturalidad, que dentro de la línea expresiva del concierto, parecía como un remanso entre dos cumbres finales: la 'Rapsodia húngara N. 2', de Liszt (un espectador me comentó que la manera de interpretar esta rapsodia le recordaba a Iturbi) y la 'Fantasía bética', la mejor interpretación que he escuchado en mi vida de esta obra de Falla.

Se ha escrito que la 'Fantasía bética' posee las alas del arpa, el

alma de la guitarra y el cuerpo del piano. Arturo Rubinstein, el

pianista al que Falla le dedicó esta composición, manifiesta en sus memorias que no entendía la obra, le parecía demasiado abstracta y que por tanto, apenas la tocó, salvo en el estreno, en 1920 y pocas veces más.

Efectivamente, Falla huye del popularismo andaluz, pero no hacia la abstracción, sino, tal como nos hizo ver Horacio Lavandera, hacia la radical esencia folklórica. Esencia de la danza flamenca en las secciones iniciales, con sus ritmos 'heterométricos' y sus sugerencias de rasgueos y punteos de la guitarra.

Danza que se transforma en una dramática y quejumbrosa copla de cante jondo, que se suaviza con un aire iberoamericano de guajira y que, en la reexposición, vuelve al frenesí de la danza inicial. Versión de duende y lo que Lorca llamaba, como aludiendo a una fuerza telúrica y oscura, 'notas negras'.

En la reexposición, la última sección de la Fantasía, el Museo se quedó, por un cortocircuito, a oscuras. El pianista siguió tocando en las tinieblas con la misma intensidad y fuerza.

Verdaderamente, sobrecogedor. Luego, con la luz, llegaron las propinas. Un guiño a Asturias a través de Albéniz y la apoteosis de la danza argentina con la que se cerró un concierto memorable e irrepetible de un pianista genial. Pianista: Horacio Lavandera. Obras: Sonata nº 14 en do sostenido menor, op. 27, nº 2 'Claro de luna' y Sonata nº 1 en do mayor, op. 53, 'Waldstein', de Beethoven; 'Gran vals brillante' en si bemol mayor, op. 18 y 'Gran vals brillante' en mi bemol mayor, op. 34, nº1, de Chopin; 'Rapsodia húngara' nº2, de Liszt, y 'Fantasía bética', de Falla. Lugar: Museo Evaristo Valle. Gijón: 11 de setiembre.

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