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AUTOR. Ernesto Salanova, en febrero de 1992. / J. PAÑEDA
La mirada de Ernesto Salanova
GIJÓN

La mirada de Ernesto Salanova

'Espacios gijoneses', veinte artículos publicados en EL COMERCIO en 1993, recobran su vigencia editados por el Ateneo Jovellanos con ilustraciones de pintores locales

ADRIÁN AUSÍN

Domingo, 18 de noviembre 2007, 11:13

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Durante veinte domingos consecutivos, Ernesto Salanova (1929-1996) retrató con mano maestra la ciudad de Gijón, los rincones más señeros y las intrahistorias que forjaron su identidad. Lo hizo en la página 2 de EL COMERCIO cuando era director Francisco Carantoña. Se estrenó la serie el 25 de abril de 1993 con el Café Dindurra y terminó cinco meses después con una reflexión sobre las calles, plazas y barrios emergentes. 'Espacios gijoneses', como se denominó el quehacer de este abogado, literato y pensador, tuvo entonces una gran acogida entre los lectores, pero resultó damnificado por la fungibilidad propia de la prensa diaria. Catorce años después, fallecido ya el autor, el Ateneo Jovellanos ha rescatado aquellos textos, enriquecido cada uno de ellos con el prisma de un pintor local, en una edición que estará la próxima semana en las librerías.

«Queremos resaltar toda la vieja historia local. Creo que hay gente a la que le gusta recordar muchas cosas de Gijón y en esa dinámica los textos de Ernesto Salanova, un hombre que escribía francamente bien, encajan como un guante». El presidente del Ateneo, José Luis Martínez, enmarcaba ayer en esta política editorial la recuperación de los artículos de este donostiarra de nacimiento, afincado en la villa de Jovellanos con apenas dos años. Agradecía, por un lado, el beneplácito de EL COMERCIO y de su viuda, María Eugenia Ruiz, para llevar a cabo la iniciativa; y la colaboración altruista, por otro, de doce insignes pintores para ilustrar los artículos. Se trata de Kiker, Díaz de Orosia, Valentín del Fresno, Carlos Eliseo Álvarez, Diego Fernández Columé, Jesús Gallego, Antonieta Laviada, Manuel Linares, Carlos Roces, Covadonga Valdés Moré y Cuervo Viña.

Ellos han dado el trazo oportuno a la mirada -discreta, documentada y salitrosa- que Ernesto Salanova deslizó por la ciudad. Habló así del Café Dindurra y sus columnas de palmeras, «donde todo el mundo se afloja el nudo de la corbata aunque no la lleve». Describió la playa «que tenemos metida en casa». Historió las singularidades de las calles Corrida, Moros, Jovellanos, San Bernardo y Begoña, donde sufrió su primer accidente infantil.

Salta también el autor a la periferia gijonesa y nos cuenta sus viajes en tranvía al Musel para pescar «panchos», la temprana afición a los toros, el devenir de la Feria y su escasa aptitud para el fútbol, que confiesa en un esbozo de la historia de El Molinón. Critica, además, algunas mutaciones, como las que vivió en el Muelle. Y trufa alguna semblanza de vivencias personales, como el baile en el Hotel Asturias, allá por los años 50, en el que conoció a la que sería su esposa. O los agridulces recuerdos de Deva y sus romerías «por las muertes que talaron la armonía y la belleza de aquel árbol familiar con el viento de los años».

Cincela Salanova su narrativa en una sólida formación cultural, un pálpito gijonés inconfundible -carantoñano, a veces- y una vocación literaria creciente. Trabajó en una multinacional y en la abogacía, pero lo que comenzó como una gran afición ya en la niñez acabó por dar sentido pleno a su vida. Autor de la novela 'Viaje diabólico' (premio Casino de Mieres 1991) y del libro 'Memorias de Alejandro Casona, poeta de Besullo', Salanova colaboró con EL COMERCIO, Cuadernos del Norte y El Basilisco, entre otros, así como con alguna editorial asturiana. Este año el Ateneo publicó ya su cuento 'La ejecución'. Y ahora, cumplidos diez años de su muerte, salen a la luz los 'Espacios gijoneses', donde ha quedado impresa su mirada.

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