Borrar
EN SU MEDIO. José Díez Faixat se apoya en la barandilla del paseo del Muro, junto a la Escalerona, por donde pasea a diario desde hace 28 años. / JOAQUÍN PAÑEDA
«Hay una joya brutal en nosotros mismos y andamos buscando cosas por ahí que son calderilla»
JOSÉ DÍEZ FAIXAT ARQUITECTO Y ESCRITOR

«Hay una joya brutal en nosotros mismos y andamos buscando cosas por ahí que son calderilla»

«En 'Siendo nada, soy todo' invito a la gente a mirar en su interior y el Muro es un entorno maravilloso para ello» «Hago unos diez kilómetros al día desde hace casi 30 años. Son varias vueltas al mundo de atención silenciosa»

ADRIÁN AUSÍN

Domingo, 20 de enero 2008, 11:53

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Una gota en un diluvio; una hormiga entre miles; una ola que se funde con el mar. Así ve al hombre José Díez Faixat, arquitecto, pensador y paseante inagotable que acaba de publicar una nueva y sugerente obra: 'Siendo nada, soy todo'. Bajo este título, nos invita a todos a emprender un esclarecedor viaje al interior de nosotros mismos, despojándonos por el camino de todo lo superfluo y concluir que el único estado de gracia del ser humano pasa por trascender su realidad personal e integrarse, con placidez, en el universo que le rodea. Él lo hace cada mañana cuando asoma su perfil mesiánico al Muro de San Lorenzo.

-Podría definirse a José Díez Faixat como el paseante anónimo más popular de Gijón. ¿No teme perder esta condición para algunos en este preciso instante?

-Me fastidiaría un poco perder ese anonimato, pero espero que la cosa pase rápidamente y volver al estilo de siempre. Igual que mi hermano es mas popular, a mí me gusta estar siempre en la sombra. No me siento cómodo con el protagonismo. Él fue el primogénito, él abría la brecha y yo he vivido más en retaguardia, más cómodamente. Cada situación tiene su riqueza.

-A juzgar por su segunda obra, nadie pensará ahora que va precisamente distraído. ¿Analiza al ser humano mientras pasea?

-Justo al contrario. En principio, el gesto es ir en silencio, una actitud contemplativa, percibirlo todo, abrazarlo todo, pero sin ponerle palabras. Pensar es un rollo. Cuando salgo al Muro es un momento de contemplación; en Oriente dirían meditación. Es una atención al momento presente. Acoger lo que sucede en el instante tal cual es sin pretender cambiarlo: la ola, el perro, el surfero, el que hace footing...

-Y, además de jubilados, ¿qué ve en este escaparate marítimo?

-La ruta del colesterol (risas). He visto pasar por ahí a muchas generaciones de gijoneses. Llevo con esta rutina cerca de treinta años. Gente que ha muerto, que ha nacido, críos que vi con el cochecito... De vista conozco a un montón. Alguno me para, pero tengo miedo de que al día siguiente me paren otra vez. Yo no busco tertulia. Voy a por mi paz diaria.

-¿Qué rasgos caracterizan a Gijón?

-Mi estilo es más bien de ermitaño urbano. No hablaría de sus entresijos. Pero sí parece evidente el talante abierto, generoso y acogedor; quizá somos también un poco grandones.

Oviedo y la Luna

-Usted vive a gusto, ¿o se ha planteado marcharse alguna vez?

-Esta ciudad es un lujo, una maravilla; en cuanto a clima, entorno, la nobleza de la gente... Llevo muchos años sin salir de aquí. Oviedo me parece ahora la Luna. Creo que a veces nos movemos porque parece que nos falta algo. En la atención silenciosa que lo abraza todo hay momentos de tal plenitud, aquí y ahora, totalmente gratuitos. ¿Para qué irte? Por eso el libro, intuida esa vivencia, que resulta tan ajena y la tenemos en nosotros. Hay una joya brutal en nosotros mismos, y andamos buscando cosas por ahí que son calderilla. El libro es una invitación a la gente a mirar eso. Eso que tenemos todos y está en todo. Y basta con pararse y mirar. Atender aquí y ahora lo que está sucediendo. Y esto no es conservador, sino profundamente revolucionario.

-¿Ejerce el mar un influjo especial?

-Hay entornos que facilitan ese gesto de atención. Nuestro entorno es una maravilla -el verde, la naturaleza por todos lados...-, es una situación muy propicia para callar y mirar sin ponerle palabras a las cosas y quedarse maravillado por todo lo que sucede.

-¿Cuántas veces recorre a diario el Muro? ¿Cómo combina el paseo, la reflexión y la creación literaria?

-Los paseos los doy uno antes de comer y otro antes de cenar. Vivo en El Carmen. Salgo por la Escalerona y voy hasta la Lloca, hasta el camping, me siento en una roca a disfrutar del atardecer... Hago unos diez kilómetros. Luego, en casi treinta años, son varias vueltas al mundo. He gastado muchas suelas de zapato. Más bien, los ratos de estudio son por la mañana y la tarde en casa. Dedico mucho tiempo a la lectura. Mis compañeros son los libros. Vivir en solitario está bien y si es en compañía mejor, aunque si no sucede, no sucede. La vida en comunidad da una riqueza que la vida solitaria no tiene, pero también servidumbres.

-¿Tiene un rincón favorito? ¿Un lugar donde le gusta observar?

-Depende del sol, del sitio, de donde viene el aire. Mirando hacia el mar, procuro ir al sitio más discreto para no montar el número; unas rocas, un banco; cualquier sitio es bueno si la situación está bien.

-Cuando se sienta ante el ordenador, ¿cómo fluye su inspiración?

-Bueno, yo uso bolígrafo bic. Luego voy al estudio de mi hermano y lo paso al ordenador. Escribí dos libros y yo mismo me asusto. Escribo un párrafo y sudo una mañana. No tengo fluidez. Sufro como un perro para escribir, pero me parece que vale la pena contarlo. Ahora cuando acabo es como parir; hablar contigo es casi traumático, tengo poca fluidez verbal. A veces no encuentro el término justo. El libro anterior me llevó 16 años; tuve que documentarme muchísimo y enhebrar cuarenta mil hilos. Y no hay quien se trague eso. Ahora he intentado hacerlo más digerible, por eso repito las ideas desde diferentes puntos de vista.

«Soy muy optimista»

-¿Cómo valora la evolución del hombre? Con las nuevas tecnologías, ¿vamos a peor?

-Soy muy optimista. La evolución se puede definir como una expansión de la conciencia. En internet se ve clarísimo el abrazo cada vez más global. Los antepasados vivían en los clanes y la evolución nos va haciendo comprender ámbitos cada vez más amplios y eso es muy sano. Se trata de abrir la cabeza por completo y acogerlo todo.

-Pero la gente anda cada vez más estresada...

-Cualquier avance tiene las dos facetas. Cuanto más alto subes la caída puede ser más gorda, pero el crecimiento merece la pena. El mundo está preñado de lucidez. Y la evolución hace aflorar eso que está implícito en las entrañas de las cosas. En cuanto te descuidas el verde sale entre dos piedras. Aflora la plenitud del fondo.

-¿Piensa cuando escribe en las personas que se acaba de cruzar por Gijón, en un norteamericano o en un habitante del Tercer Mundo?

-Dentro del rebaño humano, nos movemos en muy distintos planos: unos con mentalidad muy primitiva, mientras otros abrieron bastante el coco. No se pueden pedir peras al olmo. Pero cuando vayamos asumiendo la amplitud de miras la cosa irá yendo a más.

-En 'Siendo nada, soy todo' nos invita a despojarnos de todo lo superfluo. ¿La ha hecho usted?

-Y de qué manera. No tengo un duro. No tengo necesidades materiales, las he reducido al mínimo. Pero me siento tan a gusto con otros aspectos de la realidad que eso no me dice nada.

-Sostiene que todo aquel que cree barreras materiales y refuerce su ego está condenado al sufrimiento, un pensamiento de raíz oriental que parece difícil de transmitir a un occidental.

-Uno mismo lo tiene que ver. Si después de acumular todas esas cosas se siente satisfecho, debería reflexionar y valorar otras cosas. La vida te lo va quitando por sí sola. Todo es dolor. Y trascender esa limitación es muy sano. El budismo está centrado en eso.

-Habla José Díez Faixat de que la transitoriedad resulta dolorosa y por eso nos aferramos a algo aparentemente estable y duradero, que nunca resulta tal. ¿Cuál es entonces la actitud sabia ante la vida?

-El libro gira en torno a la identidad: que en realidad no somos eso. Nuestra identidad es la plenitud del fondo. Es como si nos identificamos con un personaje en el cine, buceamos en el rayo de luz y vamos al fondo de lo que hay: es la luz del proyector, más allá del personaje, que crea todos los personajes. No somos ese personaje sino la fuente de luz que lo crea. La fuente está creando el universo entero y cuando uno se descubre como nada es todas las cosas. Y eso es un gozo total.

Alejarse de la fuente

-Pero una persona con familia, crédito hipotecario y trabajo, ¿cómo podría abrazar sus propuestas?

-Es un entorno donde ese gesto de atención del que hablo está más complicado. Estás tan preocupado de atender al entorno inmediato que te aleja más de la fuente. Pero el chispazo de iluminación también puede suceder en las situaciones más tremendas, cuando se descorre el velo.

-En el camino hacia nuestro interior que plantea hay un susto final. «Si desechamos sensaciones, emociones y pensamientos quizá nos encontremos que en el meollo central no hay nada, acaso la totalidad de lo desechado», nos dice.

-Es un vértigo brutal. Uno monta la vida entera en torno a su propio personaje y de repente se difumina, siente una ingravidez completa, como morirse. Pero si aguanta el tipo y observa ese vacío acaba descubriendo que lo que parecía vacío es plenitud.

-¿Nos integraríamos en ese todo como un animal en un rebaño?

-Los animales estarían más acertados en ese sentido, pero luego se pierden el espectro de esa plenitud. Ahí falta la reflexión. No tienen las pegas de ego, pero se pierden muchos planos de lucidez fascinantes.

-¿Cree que hacen las religiones más bueno al hombre?

-Yo tengo mucha simpatía por casi todas las religiones. Pero una cosa es lo que cuenta el que vive la plenitud en primera persona -Jesús, Buda...- y luego lo que las estructuras sucesivas van interpretando. En algunas resulta casi irreconocible el mensaje original, han perdido el contacto con la fuente y se han quedado con la cáscara de las cosas. Y me entristece mucho porque tal como está el mundo podrían jugar un papel importante.

-¿Estamos destruyendo el mundo acaso sin saberlo?

-Sí, pero el hecho de que haya muchas voces que se den cuenta y traten de parar el carro lo veo como un muy buen síntoma de madurez de la Humanidad. Otra cosa es que se asuma por parte de todos.

-¿Ha afectado el cambio climático a sus paseos?

-Recuerdo de pequeño que en los inviernos llovía mucho y eran frescos. Ahora llueve poco, pero es una visión muy parcial la mía.

-¿Pueden cambiar las cosas los políticos o las personas?

-La Humanidad en su conjunto. Si por parte de la gente hay una idea clara, por ceporro que sea el político acabará teniendo que tomar nota.

-Pese a estos aspectos críticos, ¿es el hombre feliz?

-Tiene capacidad infinita de felicidad, pero lo vivimos de una manera muy estrecha. Hay mucha distracción. El dolor, el sufrimiento, el estrés es síntoma de que algo no va bien y puede servir de ayuda para parar el carro y ver lo desechable. Incluso las cosas que no van bien ayudan a crecer.

-¿Y qué recomienda a los gijoneses para dar el primer paso en esa dirección?

-Cada uno sabe bien lo que siente en cada momento. Yo hablo por mí y lo aconsejo: parar un poco y simplemente mirar, escuchar y acoger.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios