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MARTES SIN PÁJAROS

Naranjas cada vez que te levantas

DIEGO MEDRANO

Martes, 26 de febrero 2008, 04:45

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Joya de azabache, diamante negro, salmo en vilo, hechizo rotundo. El último poemario de Julio Rodríguez (Oviedo, 1971) está ya en librerías: 'Naranjas cada vez que te levantas' (Visor, VI Premio Alarcos). Deliciosa toda la primera parte del libro ('Tus pies en mis zapatos') y sorpresa constante las otras dos ('La tiza y el relámpago' / 'Un círculo perfecto'). El poemario va dedicada a Sara, su mujer, y parece ser todo un discurso amoroso a quien vela y alimenta sus noches. No obstante, en mitad de este texto / mensaje general, por decirlo de algún modo, surge el arañazo, y esos bellos arañazos, dan otra marcha a las sucesivas lecturas. Las manos como pájaros del padre enfermo de cáncer que habla del Mar Adriático y, muy enfermo, sueña con hacer cambios en la casa. Una fe en la escritura que nos enternece y nos recuerda tiempos propios; eso que se le pide a los poetas: que hagan saltar todo por los aires. Julio Rodríguez no se traiciona, continua la dirección emprendida en su novelón 'El mayor poeta del mundo', es aquél que vive en escritura y todo es escritura. Peces boquiabiertos en los ojos de los protagonistas de estos poemas y, como dudas, saltando en una cesta. Amor y humor en ciertos tramos inolvidables: «Yo sé bien que tus labios/ son pop-corn, / nubes en grano,/ aire, / puro aire, / dulce maíz hinchado/ para mis labios». Incluso mariconadas, poemas que son bellas mariconadas, como cuando el poeta juega con las cuatro letras de su amada (Sara). Ardor de clorofila en las miradas y literatura, mucha y buena literatura, en esta nueva entrega de Julio Rodríguez, El Gran Pirelli en los mundos de internet. Hay una contención en el verbo, que hace que el autor, de una forma u otra, actúe por medio de purgas (esto ya se veía en la novela). Julio huye de sus popularidades, para serenar el verbo y escribir siempre en un tono en el que importa más el fondo (todo el mensaje) que la puñalada o herida del momento. Mucha fiebre y pulso mantenido. Recordemos JAZZ, ese poema extraño: «Yo conozco el estambre/ de tu ausencia,/ esa toga tristísima, / resbaladiza, sobria/ como la tela/ negra/ de un paraguas». De la soledad de los paraguas también se habla mucho y bien. Una belleza.

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