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GASPAR MEANA
El letargo del Partido Popular en Asturias
OPINIÓN ARTICULOS

El letargo del Partido Popular en Asturias

ÁNGELES FERNÁNDEZ-AHÚJA

Sábado, 12 de abril 2008, 05:29

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TRISTE balance presenta el del Partido Popular de Asturias, tras su derrota el nueve de marzo. La ausencia de autocrítica, trasladando responsabilidades a factores ambiguos e impersonales como el bipartidismo o la pérdida de población, no supone, desde luego, un buen comienzo a la hora de enderezar un buque que ya lleva demasiado tiempo a la deriva.

Averiguar que es lo que ocurre en el seno de esta formación política, el porqué de su incapacidad tanto para vencer como para digerir constructivamente la derrota, adoptando las medidas saneadoras oportunas, nos coloca en la antesala de un sinfín de posibilidades e hipótesis.

Comencemos por lo mas sencillo: intentar desbrozar los motivos que condujeron al resultado de las pasadas generales. El hecho de que en Asturias gane el socialismo, cuando en el resto de comunidades -a excepción, claro está, de Andalucía, País Vasco y, sobremanera, de Cataluña- sube o triunfa el PP, obliga a pensar en un factor diferencial, en el que se habían puesto todas las esperanzas y que, a la vista de lo acontecido, no resultó una decisión, ni mucho menos una puesta en escena, acertada.

Me estoy refiriendo, obviamente, a la designación de candidato y, por extensión, a la campaña desplegada por éste. Gabino de Lorenzo fue incapaz de romper con su perfil localista. Quiérase o no, De Lorenzo es y será reconocido siempre como alcalde de y para Oviedo. Su proclamación como diputado por Asturias se daba de bruces con las pretensiones y las heridas latentes en otros municipios y, en concreto, en Gijón.

Hace siglos que existe dicha rivalidad, y el saldo de la cuenta de resultados casi nunca se ha inclinado del lado de nuestra ciudad. ¿Cómo iba a ganar en Gijón un candidato que, en el ejercicio legítimo de su cargo, asume la defensa a ultranza de los intereses capitalinos, en clara beligerancia, en no pocas ocasiones, con los de la Villa de Jovellanos? A priori, una difícil tarea, que prácticamente se vuelve imposible con la estrategia de campaña desarrollada, de fuerte tinte personalista y sin debate alguno con el adversario político.

Pero la atonía en que vive inmerso el Partido Popular de Asturias no se limita a la pérdida de unas elecciones. Su estado de inacción es más profundo y prolongado en el tiempo, retroalimentando las sucesivas derrotas su parálisis funcional y organizativa, claramente percibida por los ciudadanos y proyectada en una merma de confianza a la hora de depositar el voto.

Llegados a este punto, conviene centrarse en tres cuestiones:

1) La falta de capacidad de reacción ante el resultado adverso. Da igual que se pierdan unas autonómicas o unas generales. La respuesta permanece invariable. Echar balones fuera, trasladando la responsabilidad de la derrota a circunstancias tales como el voto emigrante o la pérdida de población, parece haberse convertido en la táctica de escape preferida de quienes tienen algo que decir en el seno de la formación popular. Pongamos el ejemplo de una empresa con pérdidas constantes. Su cierre marcaría el final de un proyecto. Pues bien, si en lugar de pérdidas contables, hay derrotas electorales, resulta obligado hacer examen de conciencia desmenuzando de las piezas de un mecano que no acaba de funcionar eficazmente.

2) La falta de humildad y de sacrificio personal. Cuando los resultados no acompañan, en estrecha relación con la anterior, se tiende a mantener el 'status quo'. Ocurra lo que ocurra, el estado de cosas se debe conservar intacto por el bien del partido. ¿Enriquece a una formación política la ausencia de autocrítica? ¿Hasta qué punto el bien de un partido no se utiliza como justificante del inmovilismo, de la permanencia en el cargo?

El tema es más sencillo de lo que parece. Si los ciudadanos han dado su confianza al adversario, habrá que averiguar el porqué. Y ahí es dónde se precisan elevadas dosis de humildad y generosidad, a fin de asumir que cada cuál tiene su cuota de responsabilidad en el resultado alcanzado. En parámetros de rigurosa utilidad, y entendiendo en todo momento que un partido político es más un proyecto que una mera asociación de individuos, uno ha de permanecer en el cargo en tanto sea válido -si se prefiere en términos empresariales, productivo- de cara a la realización del citado proyecto. Por el contrario, desde el instante mismo en que un político ensombrece el proyecto, dándole opacidad y un papel secundario, ese político debe marcharse, pues, al fin y a la postre, por mucho que nos quieran convencer de lo contrario, nadie es imprescindible .

3) La falta de democracia interna. Auténtico talón de Aquiles de toda formación política en España. La Constitución proclama, en su artículo 6, que su estructura interna y funcionamiento debe ser democrática. Lo cierto es que dicho mandato constitucional se incumple de facto .

La lealtad se reduce a servilismo retribuido, y la disciplina a obediencia interesada, en tanto los canales de comunicación entre la cúpula directiva y las bases se hallan desprovistos de la fluidez conveniente. Habitualmente, quien ostenta la presidencia se rodea de un mal llamado 'círculo de leales' que flaco favor le hacen tanto al que sirven como a la organización en general. No en vano, suelen provocar la ruptura del líder con la realidad cotidiana y los planteamientos de los afiliados.

A mi juicio, una lealtad bien entendida ha de ser inquebrantable, abundando las de hojalata que se hacen añicos en cuanto el jefe o jefa pasa por malos momentos. Y por lo que respecta a la disciplina, no consiste en decir a todo amén, sino en exponer nuestra opinión, nuestro criterio, constructivamente. Sin embargo, ésto último suele costar el cargo o pasar a engrosar la 'lista negra', en la estricta aplicación de la máxima: 'sino estás conmigo, estás contra mí', o el ya famoso principio guerrista: 'el que se mueva, no sale en la foto' .

Este ha sido, sin más, un elemental ejercicio de aproximación a lo que acontece en el Partido Popular de Asturias. Una formación política adormecida, por mucho que se muevan las piezas en el mismo tablero.

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