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Ángel de la Rubia y Rogelio Menéndez posan en la sala de arte ovetense. / MARIO ROJAS
Apuntes de vanguardia
Cultura

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Los artistas Rogelio Menéndez y Ángel de la Rubia cruzan sus fotografías, grabados y óleo en una muestra que lleva a Oviedo otra manera de contar

R. M.

Martes, 10 de junio 2008, 04:37

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Si las cosas no andan claras es 'por culpa' de gente como Rogelio Menéndez y Ángel de la Rubia, que en vez de admirar lo ya pintado y fotografiado, pretenden añadir más enfoques todavía. «Es que vivimos en un tiempo de ruptura constante, del todo vale; antes las cosas eran más sosas y los artistas tardaban décadas en salirse de un mismo estilo», explica Rogelio. Lo hace mientras cuelga su obra bajo tierra, en el sótano donde tiene sede la ovetense Sala aLfaRa, que ayer plantó en Vetusta una exposición de ambos buscadores.

A un lado de los muros, De la Rubia (Vigo, 1981) dejó abiertas tres ventanas a tierras lejanas. Son instantáneas, de gran formato, que vienen de un Líbano donde, en aquellos días de 2006, agonizaba la guerra entre Hezbolá e Israel. «Agarré la mochila y la cámara y llegué allí, por mi cuenta», recuerda un joven que con acciones así ganó una beca del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (Musac). Si 'Líbano (Silencio)' pareciera una muestra más de fotoperiodismo, De la Rubia habría fallado. Un ejemplo: el primer marco encierra un momento en el que se vislumbra un campo, la hojarasca seca lo inunda todo, pero en medio de la nada, un pequeño hoyo alberga un puñado de objetos brillantes, pero casi invisibles. «Son bombas de fragmentación: un fotoperiodista las enfocaría mucho, o haría que alguien la tuviera en las manos». De la Rubia intenta mostrarlas como están: mezcladas con la vegetación.

De enviarla así a un periódico, «la foto acabaría descartada, sin publicar, pero esto es más real: en la invisibilidad de las bombas está su letalidad». De la Rubia toma el idioma visual más convencional y le da otro acento. El juego obliga a escuchar más despacio, a entrar más en la escena, a sentir más el otro lado.

Lo de Rogelio Menéndez (Gijón, 1965) es una trampa de otro pelaje. A primera vista, sus óleos y grabados andan poblados de trazos infantiles. Una mirada más detenida descubre en ellos un fondo grave, inquietante. Nacimientos, vidas, muertes. «Se trata de proyectar el subconsciente, y para ello vale tanto la manifestación de niño como la adulta», dice.

En un rincón de la sala, unas líneas bailan sobre el lienzo y se bastan para inquietar. 'La madre muerta' se titula la obra favorita de su autor. «Está feo que lo diga, pero creo que sí logra transmitir la tristeza y vacío que te da perder a alguien», confía. Menéndez llama a la serie 'Conocimiento del medio', «como la asignatura». Y, como en ella, ha dejado en el centro de la sala un pupitre: para que el espectador tome nota.

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