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ALBERTO PIQUERO
Viernes, 7 de noviembre 2008, 03:01
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A quienes no estén implicados en la órbita del jazz, tal vez el nombre de Mike Mainieri & Steps Ahead -que han puesto los primeros cromatismos musicales al Festival de Jazz de Gijón, en la jornada de ayer- no les diga grandes cosas, pese a estar considerado por los especialistas el líder del grupo norteamericano como uno de los cinco grandes vibrafonistas de todos los tiempos en el área jazzística, con un repertorio que en los años 80 se extendió más allá de los circuitos del género.
La figura de Mainieri se agigantará si tomamos en cuenta que lleva sobre las tablas casi cincuenta años y que la propia banda Steps Ahead nació a finales de los 70. Y que se ha codeado con los rockeros más ilustres, desde Frank Zappa y Hendrix, en sus primeras épocas, a Paul Simon, Linda Rostand, Aerosmith y Dire Straits, en sucesivos trabajos. El artista que ayer puso la apertura del Festival de Jazz es sin duda uno de los mayores virtuosos instrumentalistas de estas décadas, y ese vibráfono que acaricia hasta despertar sus ecos, tiene un poder convincente extraordinario. Steps Ahead le cubrieron de modo impecable las espaldas, aunque los fragmentos de la velada más sugerentes corrieron a cargo de Mike Mainieri, haciendo de la vibración de las teclas una suerte de conjuro en el que se cruzan las músicas reconocibles con el afán experimentador que siempre le ha caracterizado. Acaso sea en ese apartado vanguardista, que ya le viene de la etapa en la White Elephant Orchestra, el que resulta más difícil de asimilar para unos oídos convencionales. Sin embargo, también es ese afán de renovar las partituras el que ayer cosechó en el Teatro Jovellanos los aplausos más sonoros, lo que demostraría que o bien las exploraciones melódicas son cada vez más del gusto del auditorio, o el público gijonés posee una sensibilidad especial para aceptar propuestas inéditas.
Sin dejar en el tintero la creatividad de un intérprete que convierte en oro cualesquiera de sus indagaciones.
El coliseo gijonés, por su parte, alcanzó una media entrada, y el disfrute del concierto tuvo a partes iguales una mitad de contagio rítmico y un resto de paladeo entre notas que se sumergen por hondas reflexiones.
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