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Urgente «Cuando llegué abajo y vi las llamas, se me vino el mundo encima»
Uno de los antiguos molinos de agua. / J. M. PARDO La instalación, en el pueblo de Jomezana. / PARDO
Molinos con el lustre de antaño
Cuencas

Molinos con el lustre de antaño

Los vecinos de Jomezana, en el concejo de Lena, restauran siete molinos de agua para recuperar la tradición

EFE

Lunes, 27 de julio 2009, 04:24

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Los vecinos del pueblo lenense de Jomezana de Abajo han restaurado, en los últimos años, siete molinos de agua, con los que han recuperado tradiciones que ya se estaban perdiendo en la zona, como es la molienda de la escanda, con la que se hace el conocido pan de escanda, que se suele subastar en las fiestas populares de la comarca del Caudal. Para tratar de no perder esta y otras costumbres rurales de la zona, los escasos habitantes de este pueblo constituyeron, hace ya algún tiempo, la asociación La Panerona, nombre alusivo al lugar donde se guardan los aperos de labranza.

Uno de los miembros de esta asociación, Isaac González, explica que, para muchos, hablar de molinos de agua es «hablar de uno de los inventos preindustriales más sofisticados. En Asturias -recuerda- se desarrolló una importante industria molinera a partir del siglo XVII, debido a la extensión del cultivo de maíz y al aprovechamiento de las corrientes de agua».

De este modo, los molinos llegaron a convertirse en un referente para la economía de la comunidad, dada la dependencia que había en las casas de los productos del campo y sus derivados, entre ellos, la harina. «Habitualmente, el pan se elaboraba en las casas, con lo que la asistencia al molino era obligada para todos», según relata Isaac González.

Su arquitectura

Pero el paso del tiempo y las nuevas maquinarias provocaron que este tipo de construcciones quedasen en desuso y se perdiesen. Afortunadamente, todavía quedan algunos pueblos como Jomezana de Abajo, un pequeño núcleo rural situado en el Valle del Huerna que, a través de sus vecinos, intenta restaurar estas edificaciones ancestrales. A unos pocos metros de este pueblo lenense y, caminando a la orilla del río, se encuentra el primer molino, denominado El rabil de Isabel. Responde a la arquitectura tradicional de los molinos, ya que tiene dos plantas y, en la baja, se encuentra el molín y el rabil. El molín está formado por una especie de tolva donde se echa el grano limpio. Con posterioridad, se activa el sistema de agua para que caiga a presión sobre el ruindu que mueve las muelas, que son las que machacan el grano, y, luego, la harina cae a una especie de cajón, según explica Isaac.

Al lado del molín, está el rabil, una máquina que sirve para separar la cascarilla o espiga del grano. Su funcionamiento es muy sencillo: desde la planta alta del edificio se echa la espiga a través de un agujero que está conectado con la planta baja y, una vez abajo y mediante una maquina impulsada por poleas, se separa la poxa o cascarilla del grano. La parte alta también se usa para almacenar las espigas y los aperos de labranza.

Una vez fuera del molino y en la planta superior, hay una auténtica obra de ingeniería, ya que, a unos metros, se construye una presa, por la que se desvía parte del caudal del río hasta conseguir cierta altura. Luego, ese agua se canaliza por un tubo que cada vez se estrecha más para alcanzar una determinada presión, que consigue mover el ruindu. González recuerda que la molienda era un negocio y, como tal, «había que pagar por el uso del molino, aunque el pago se hacía mediante la maquila, que es la parte del grano que se quedaba el molinero por el trabajo».

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