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La realidad del coche eléctrico
Sociedad

La realidad del coche eléctrico

Aunque parece una panacea, de momento la energía que consume no es del todo limpia, pues gran parte de ella procede de la combustión de carbón o petróleo

MAURICIO-JOSÉ SCHWARZ

Lunes, 7 de septiembre 2009, 05:02

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Los automóviles eléctricos son defendidos como una solución, así fuera parcial, a los problemas que implica la contaminación. También por lo que suponen de ayuda para evitar el agotamiento de los combustibles fósiles y aliviar los problemas políticos que rodean al tópico oro negro.

Incluso hay quienes creen, con cierta paranoia, que los fabricantes de coches y las petroleras actúan de modo directo para obstaculizar el desarrollo de estos vehículos. Afirmaciones que suelen tener mucha difusión y ninguna prueba, menos ahora que la industria automovilística está invirtiendo por fin cantidades importantes en el desarrollo del automóvil eléctrico ideal. Sin embargo, estos vehículos han estado entre nosotros desde los inicios mismos del automovilismo. El motor eléctrico fue concebido en 1827 por el ingeniero, físico y monje benedictino Ányos Jedlik, que lo llamaba 'autorrotor electromagnético'. Presentó su invento en 1828, y en ese mismo año fabricó un modelo de auto que usaba su motor eléctrico. Lo siguieron de cerca en 1834 el herrero estadounidense Thomas Davenport, que creó un motor de corriente continua, y en 1837 el inventor escocés Robert Davidson, que construyó la primera locomotora eléctrica.

Los primeros autos eléctricos viables aparecieron a partir de que Gastón Planté inventó, en 1885, la batería de plomo-ácido, recargable y de gran eficacia y capacidad para suministrar grandes picos de corriente en un momento. Esta batería es la que utilizan todavía la mayoría de los automóviles de gasolina y muchos de los diseños de coches eléctricos que almacenan su energía en conjuntos de baterías de plomo-ácido.

El invento de Planté promovió la aparición de muy diversos automóviles eléctricos, especialmente en Francia y el Reino Unido. Estados Unidos, por su parte, donde en 1859 nació la moderna industria petrolera, no mostró interés por ellos hasta 1895, y dos años después Nueva York contaba con una flotilla completa de taxis eléctricos, el sueño de cualquier ambientalista del siglo XXI.

Para hacernos una idea, al comenzar el siglo XX el 40% de los coches de Estados Unidos eran de vapor, el 38% eléctricos y sólo el 22% de gasolina.

Pero la abundancia del petróleo, la sencillez del motor de combustión y la posibilidad de alcanzar con ellos grandes velocidades sobre las redes de carreteras y autopistas que pronto surgieron por todo el mundo, así como la producción en masa de Henry Ford que ofreció autos razonablemente baratos a sus compatriotas, dejaron atrás a los lentos, silenciosos, mansos y nobles autos eléctricos, que salieron de escena.

Interés reavivado

No obstante, a partir de 1990 se reavivó el interés por los autos eléctricos. La tecnología estaba allí. Lo que hacía falta eran mejores baterías, sistemas que permitieran alcanzar velocidades aceptables, posibilidad de recargar más rápidamente las baterías en un mercado acostumbrado a llenar el tanque de combustible en unos minutos y, sobre todo, conjuntar todo esto en un vehículo con precios similares a los de de gasolina. En ese esfuerzo participaron, y participan, desde los fabricantes tradicionales con marcas conocidas, hasta pequeñas empresas visionarias. Una de las soluciones más equilibradas fue la de la empresa japonesa Honda: un vehículo híbrido que pueda usar electricidad o gasolina según sea necesario. Sin embargo, debemos tener presente que nuestra tecnología emplea la electricidad como una forma de energia intermedia, no obtenida directamente de la naturaleza. El movimiento de los ríos controlado en las presas hidroeléctricas, las turbinas accionadas por el vapor de agua calentada mediante la fusión controlada en un reactor nuclear, o directamente al quemar petróleo o carbón, generan la electricidad.

Si para generar la electricidad tenemos que quemar carbón o petróleo, dicha energía no es del todo limpia por lo que se plantea como fundamental el problema de la fuente de donde se obtiene la electricidad. Mientras tanto, las empresas siguen compitiendo por llegar a tener el auto eléctrico que los consumidores preferirán de modo entusiasta por encima de los de combustión interna. El premio, desde el punto de vista empresarial, podría ser inmenso.

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