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Ángela Carrera besa a su madre, Felipa Pascuala García. :: joaquín pañeda
La palentina que conquistó  a La Camocha

La palentina que conquistó a La Camocha

Felipa García llegó a Gijón mediados del siglo pasado y nunca se volvió a ir. En mayo cumplirá 103 años

LUCÍA RAMOS

Domingo, 1 de marzo 2015, 01:22

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Una copita de vino con las comidas, un buen vermú en buena compañía de vez en cuando y, sobre todo, tomarse la vida con humor, huyendo de confrontaciones y peleas absurdas. Siguiendo estas sencillas premisas Felipa Pascuala García (Carrión de los Condes, 1912) superó el siglo de vida con una vitalidad que muchos querrían para sí mismos. Concretamente, esta palentina tiene 102 primaveras y va camino de la 103, que cumplirá el 17 de mayo rodeada de sus tres hijos, ocho nietos y cuatro bisnietos. Y por sus vecinos de La Camocha, que la quieren con locura. No en vano, es historia viva de la villa minera, pues llegó a ella cuando apenas había «cuatro casas».

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Natural de Carrión de los Condes (Palencia), Felipa procede de una familia de labradores, algo muy habitual en tierra de campos. Junto a sus diez hermanos, la mayoría mayores que ella -el último falleció recientemente a los 105 años-, aprendió pronto a trabajar la tierra y a echar una mano a sus padres cuando la necesitaban. Así, entre largas espigas de trigo, discurrieron los años de forma apacible, sin sobresaltos. Sin embargo, cuando solo contaba 17 años de edad un cáncer se llevó a su madre, dejando a toda la familia sumida en la tristeza. Su padre fue quien peor lo pasó y, pocos años después, una sucesión de malas cosechas lo fueron consumiendo poco a poco.

Tiempo después, Felipa se casó con un muchacho de la zona, Mariano Carrera, a quien conocía desde niña. «Un mozo muy curioso, muy elegante y muy bueno», recalca ella. Los padres de él regentaban una posada y, tras el matrimonio, comenzó a trabajar con ellos de vez en cuando. Mariano y Felipa tuvieron tres hijos, Marcelo, quien cumplió nada menos que 80 años el pasado miércoles, Pilar y Ángela. Esta última sigue residiendo en Gijón y la visita prácticamente todos los días. «Es la mejor madre que se puede tener. Sé que es lo que dice todo el mundo, pero es que en mi caso es cierto», señala Ángela antes de plantarle un enorme beso en la mejilla a Felipa.

El pasado verano, en moto

A mediados del siglo pasado un amigo de Mariano le consiguió un trabajo de albañil en un pequeño pueblecito asturiano donde se estaban comenzando a construir casas que albergasen a los trabajadores de una mina próxima. Era La Camocha y el palentino venía, supuestamente, a pasar unos meses. «El paisaje es tan bonito, el clima tan bueno y la gente tan simpática que no fuimos capaces de marchar y nos quedamos aquí para siempre», relata Felipa, con su eterna sonrisa. Por aquella época ella estaba muy delicada de salud, pues acababa de superar una meningitis, así que sólo trajo consigo a la pequeña Ángela. A los pocos meses llegarían sus otros dos hijos.

Tras una vida tranquila viendo crecer al barrio a su alrededor, Mariano falleció y dejó a Felipa viuda hace casi dos décadas. Ella, arropada por su familia y vecinos siguió adelante, dejando patente, una vez más, que es dura de roer. Hasta hace un año, Felipa seguía viviendo en su casa, sola, ocupándose ella misma de todas las tareas. Su hija, preocupada por que sucediese algo y no hubiese nadie para ayudarla, le planteó contratar a una interna que la acompañase. «Se negó a meter a nadie en su casa y propuso pasar dos semanas de prueba en la residencia Villaverde, donde ya vivían algunas amigas suyas», explica Ángela.

Dicho y hecho, Felipa hizo la prueba y el resultado le gustó tanto que sigue allí. «Es la alegría de la casa, nos anima a todos con su buen carácter. Cuando salgo de paseo con ella nos paran cada cinco pasos para saludarla, en el pueblo es muy querida», apunta la propietaria de la pequeña residencia, Rosa Fernández. Felipa, por su parte, asegura sentirse «como una reina. Ésta es ahora mi casa y me encuentro estupendamente», indica. La palentina, que sigue arreglando su habitación, aseándose sola e, incluso, ayudando en la cocina «para pasar el rato», aguarda con ansia su próximo cumpleaños, que, previsiblemente, reunirá a toda su familia. Quién sabe, quizás vuelva a probar la moto de su nieto, como ya hizo el verano pasado.

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