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Semana Santa

JUAN M. JUNQUERA

Domingo, 29 de marzo 2015, 00:32

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La Pasión se lee dos veces en Semana Santa, el Domingo de Ramos y el Viernes Santo. Tiene pleno sentido que la Pasión se lea este domingo, o no sería leída nunca en domingo y dentro de la misa, pues el Viernes Santo no se celebra la Eucaristía.

Domingo de Ramos: el pueblo que acoge a Jesús como Mesías y, días después, cambia de parecer y pide a gritos su muerte. No sabemos si eran los mismos: en la entrada triunfal podían ser los discípulos que lo acompañaban desde Galilea, y los que pidieron su muerte serían gentes de Jerusalén o venidas a la fiesta, manipuladas por las autoridades y los fariseos. Lo que sabemos es la debilidad y cobardía de los discípulos; el acoso con mentiras e hipocresía ante el Sanedrín. No importaba la verdad, sino condenarlo a cualquier precio. Ante el Sanedrín la acusación es religiosa, blasfemia, pero ante Pilatos cambian por una acusación política, revolucionario; Pilatos cede y Jesús es torturado y entregado a muerte.

La historia se repite con facilidad. Pensamos que este mundo está perdido, que el mal reina, que los malos se salen con la suya, y que, al final, el mal compensa. Porque el mal tiene muchos rostros y mucho poder: debilidad, temor, traición, hipocresía, mentira, crueldad, injusticia... son realidades que están en todo el mundo y que llevaron a la Pasión de Cristo. ¡Haced esto en conmemoración mía! No podemos vivir sin la Eucaristía. No es un simple recuerdo perdido en el tiempo, es la unidad de Dios con Jesús y de Jesús con nosotros. Es el amor inmenso que Dios nos tiene, vivo, real, presente siempre.

Jueves Santo: día del amor fraterno. El día de servir y servir a cambio de nada. Un mandamiento nuevo, sólo uno, nos dejó el Señor. ¡Pero qué mandamiento! Amar como Él nos amó.

Viernes Santo: la Iglesia adora la Cruz, tránsito de la muerte a la vida, del mundo al Padre. Todo está cumplido; desde el trono de la Cruz, el Señor «entregó su Espíritu», es el principal regalo de la Pascua. Los pecados que llevaron a Cristo a la muerte, por exagerado que parezca, se parecen a los nuestros. La cobardía, orgullo, falsedad, desprecio... le causaron la muerte. ¿No caemos en la pereza como los discípulos que se durmieron; en la cobardía de Pedro; la postura de Pilatos, y disculpamos nuestros errores, como los que acusaron a Cristo?

A pesar de todo, Dios nos busca con impaciencia y ¿cómo le respondemos? Creer no es crear ni inventar nada. Creer es fiarse de Dios y de su palabra. Creer no es saber. Creer quiere decir que Dios lo sabe, aun cuando estemos a oscuras, y que nos ama aun cuando nosotros no lo sintamos.

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