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Benito García Pérez, en abril de 2014.
La Asunción pierde a don Benito

La Asunción pierde a don Benito

Perteneciente a la diócesis de Astorga, llevaba más de 25 años colaborando con el párroco Eduardo Jiménez

M. MORO

Jueves, 30 de julio 2015, 00:34

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La Asunción perdió el pasado domingo al sacerdote Benito García Pérez, un cura rural leonés muy querido por los feligreses que llevaba colaborando más de 25 años con su párroco Eduardo Jiménez. Don Benito falleció a los 101 años en el pueblo que le vio nacer en 1914, Castrotierra de la Valduerna, y tras celebrar el año pasado sus bodas de platino sacerdotales (75 años). Ofició su funeral y entierro el obispo de Astorga, Camilo Lorenzo.

Era sacerdote porque el destino así lo quiso. No fue una vocación temprana ni tardía. Fue, simplemente, que en el Castrotierra de la Valduerna de la segunda década del siglo la casa de sus padres estaba al lado de la del cura del pueblo quien, ante la escasa valía del maestro del lugar, se encargaba de instruir al pequeño Benito. Y de ahí al seminario fue un solo paso, un corto pero larguísimo trayecto que le transformó la vida. Con 12 años pasó de Castrotierra de la Valduerna a Rosinos de Vidriales y de ahí a la carrera sacerdotal.

Durante la Guerra Civil fue movilizado con la Legión Condor alemana, al servicio del capellán. Finalizada la contienda, se ordenó sacerdote. Tenía 25 años y quiso pedirle al obispo que le dejar recuperar parte de los 15 que llevaba sin pasar las navidades con su familia. Y la respuesta de su prelado fue marcarle destino parroquial con tres pueblos a su cargo, que luego se transformaron en cinco. Acabó convirtiéndose en párroco, pero nunca se calló ante nadie. Ni siquiera ante la autoridad eclesiástica.

Unido a los campesinos

Era un leonés rural al que nunca le gustó la ciudad y que siempre se sintió seguro y útil entre los campesinos, de los que solo se alejó cuando su hermana y la jubilación le trajeron hasta Gijón. Era el último superviviente de una saga familiar de longevos centenarios, como lo fueron antes que él su padre y su hermana.

El cura fallecido recibió un emotivo y cariñoso homenaje al cumplir un siglo el domingo de Ramos del pasado año. Culminó sus días con escaso oído y poca vista, pero con una cabeza lúcida, engrasada, burlona, que le proporcionaba el cariño de un vecindario gijonés que valoraba su personalidad díscola, humorística, hasta un punto rebelde. La forma de ser de un cura que se divertía descolocando a su interlocutor, dejándole sin esas palabras que él manejaba con tanta soltura, sin ambages.

Durante ese homenaje que le tributó la parroquia, su amigo Eduardo le permitió presidir la eucaristía como algo excepcional. Lo hizo sin leer, memorizando los textos que durante 50 años repitió día tras día.

Los feligreses de la parroquia de La Asunción echará de menos su presencia, pero deja para el recuerdo 25 años de risas, críticas y retranca burlesca que engrandecieron la figura de Benito García Pérez.

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