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Si al subir la persiana no hay luz

Regreso a aquel verano en el que aprendí que la arena no siempre quema

PPLL

Domingo, 2 de agosto 2015, 00:22

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Subes la persiana. Pero tienes que encender la luz. Porque claridad, lo que se dice claridad, no entra mucha por la ventana. Pongamos que fue ayer mismo. O aquel otro mes de julio. El mes de julio de hace 15 años. Aquel verano en el que aprendí eso. Que hay días que, por mucho que subas la persiana, también tienes que encender la luz. Aunque sea julio. O agosto. Aquel mes en el que aprendí tantas cosas sobre el verano, cosas que uno solo aprende en Asturias.

Porque una, criada entre el sol mediterráneo y el extremeño, entre el calor sofocante de Barcelona y el eterno campamento que proporcionaban los abuelos en Baños de Montemayor (Cáceres), aprendió hace 15 años que los veranos, otros veranos, no lo son tanto. Aprendió que en julio te puede salir un día gris. Muy gris. Lluvioso. Que te equivocas si dejas las sábanas tendidas por la noche sin consultar la previsión de la Aemet para la mañana siguiente. Aprendió que las chanclas están bien, pero que los zapatos cerrados también son para el verano. Que en verano también se usa chaqueta. Incluso para ir a la playa porque oyes que nunca se sabe a la vuelta cómo va a hacer.

Aprendió que 25 grados pueden ser la temperatura máxima de un día de agosto (si esto lo lee algún sevillano, sí, lo juro, esto es cierto). Y que la mínima es mejor no conocerla. Aprendió que la arena no siempre quema. Que puedes ir a la playa sin que te apetezca bañarte (tres veranos tardé en probar el Cantábrico, yo creo). Aprendí que a veces es mejor no guardar el edredón en el altillo. Una aprendió que el sol nunca brilla tanto como cuando sale en Gijón después de cuatro días grises.

Aquel verano de hace 15 años aprendí también que la sidra me sienta mal. Bueno, muy bien. Pero mal, no sé si me entienden. Conocí la cuesta el Cholo, Cimavilla, el orbayo, los merenderos, el chorizo a la sidra y el pastel de cabracho. Aprendí que las noches en Fomento pueden ser eternas. Aprendí que el periódico es EL COMERCIO. Aprendí que prestar no es lo mismo que gustar. Ni mancar que doler.

Aprendí que dos meses pueden convertirse en 15 años y una familia. Y, sobre todo, aprendí que después de estos 15 años estoy en aquel mes de julio. Que Xixón ye muy guapo y Asturies el paraíso, pero si al levantar la persiana no hay luz, por un momento quiero volver a Mediterráneo. O mejor, al pueblo, con los abuelos.

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