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Alberto José González, frente a la iglesia de San Vicente de Paúl, en El Llano.
«Como policía  o como diácono, mi vocación  es servir»

«Como policía o como diácono, mi vocación es servir»

Tras jubilarse de forma prematura, Alberto José González, casado y con dos hijas, recibió el sacramento el pasado 13 de diciembre

LUCÍA RAMOS

Domingo, 3 de enero 2016, 01:17

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Alberto José González (Gijón, 1967), el primer diácono permanente de la ciudad, recibe a EL COMERCIO a las puertas de su parroquia, San Vicente de Paúl. Lo primero que viene a la cabeza de quien le ve por primera vez es que le pega más una 'chupa' de motero que una sotana. Él sonríe con la observación, pues, reconoce, no es la primera vez que se lo dicen. Tampoco es la primera que ve caras de sorpresa al explicar que hasta hace cuatro años trabajaba en el Cuerpo Nacional de Policía. No entiende, sin embargo, por qué una cosa tiene que estar reñida con la otra. «En ambos casos se presta un servicio al pueblo y esa es precisamente mi vocación. Ya sea como policía o como diácono», manifiesta, convencido.

Alumno del colegio Ramón Menéndez Pidal y, posteriormente, del instituto Jovellanos, Alberto José recuerda que siempre fue creyente. «Siempre me llamaron enormemente la atención todos los grandes misterios, como la vida, el universo o lo relacionado con Dios», explica. Sin embargo, en su juventud no llegó a plantearse, reconoce, la posiblidad de dedicarse al sacerdocio. Sí le atraía enormemente todo aquello que tuviese que ver con el mundo militar y castrense. Tras terminar el servicio militar, rememora, se planteó seriamente la posibilidad de prepararse para entrar en la Guardia Civil. Finalmente, tras conversar con un inspector jefe, se decantó por el Cuerpo Nacional de Policía.

Tras prepararse, sacar la oposición a la primera y estar destinado en diferentes lugares del país, Alberto José regresó a su Gijón natal en 2001. Una vez en la ciudad comenzó a acudir a la parroquia de San Vicente de Paúl en compañía de su esposa, María, y de sus hijas, Gabriela y Virginia.

Cinturón negro

Después de más de dos décadas de servicio, el gijonés tuvo que jubilarse prematuramente por problemas de salud que le impedían continuar con su trabajo en la calle. «Siempre fui un hombre de acción y no me veía capaz de pasar el tiempo que me quedaba hasta la jubilación en una oficina, así que opté por retirarme», relata este experto tirador y cinturón negro de kick boxing. Durante los meses que estuvo de baja, en los que pasó por momentos muy duros, según él mismo reconoce, empezó a madurar la posibilidad de entrar a formar parte del clero como diácono permanente. «La idea comenzó a rodarme por la cabeza después de una intensa conversación que tuve con Manuel Vigo», recuerda. Una vez decidido, apunta, hubiese seguido adelante aunque no se hubiese jubilado.

Así, se retiró del cuerpo en agosto de 2011 y en septiembre del mismo año comenzó a estudiar en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas San Melchor de Quirós, en Oviedo, donde permaneció tres años. Con él cursaron los estudios los otros dos asturianos ordenados diáconos el pasado 13 de diciembre junto a él en la catedral ovetense. Uno de ellos, Juan Antonio Blanco, es hombre casado y con hijos, igual que él, y ambos son los primeros diáconos permanentes de la región. «Alcanzamos el máximo nivel de compromiso en el servicio a la Iglesia, ya no podemos aspirar a más», explica Alberto José, e indica que el tercer diácono nombrado aquel día es un joven célibe que continuará con su formación para ser ordenado sacerdote.

Su esposa le apoyó

El gijonés, que no puede estar más ilusionado, comenzó su ministerio el 17 de diciembre, tan sólo cuatro días después de su ordenación, celebrando exequias en el Tanatorio de Cabueñes. Como diácono permanente podrá ejercer todas las misiones de la Iglesia, menos la administración de los sacramentos de consagración y confesión. «Puedo bautizar, portar el viático a los moribundos, asistir y bendecir matrimonios y presidir el rito fúnebre y la sepultura, entre otras cosas», explica y recalca que para él todo se reduce a servir y tratar a las personas. «Al fin y al cabo era lo que más me gustaba durante mi paso por el cuerpo. No niego que las persecuciones y las intervenciones estaban bien, pero yo siempre me quedé con las palabras de agradecimiento de la gente a la que ayudé y con los buenos amigos que hice a lo largo del tiempo», insiste.

Tanto su familia como sus amigos, asegura, apoyaron y respetaron su decisión, la compartiesen o no. «Es más, si no hubiese contado con el consentimiento de mi mujer no podría haberlo hecho», explica.

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