Borrar
Parte de los saharauis posan con sus familias gijonesas de acogida en el parque Isabel la Católica.
La vuelta al desierto de los hijos de las nubes

La vuelta al desierto de los hijos de las nubes

Los 260 saharauis del programa 'Vacaciones en Paz' agotan los últimos días de verano en Asturias

GLORIA POMARADA

Martes, 30 de agosto 2016, 01:44

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Los columpios del parque Isabel la Católica se mecen con el ímpetu de aquellos que se saben acechados por el fatídico septiembre. Para los niños asturianos que juegan en el parque, es el mes que marca la vuelta al cole. Para los pequeños saharauis que los dos últimos meses han disfrutado del mismo espacio de juego, supone un retorno bien distinto.

Los campamentos de refugiados de Argelia, en los que viven exiliados unos 165.000 saharauis, son un territorio estéril de infinitas arenas que en verano alcanza los 55 grados. Desde 1995, el programa 'Vacaciones en Paz' permite a los niños alejarse de la hostilidad del desierto gracias a la Asociación Asturiana de Solidaridad con el Pueblo Saharaui y la financiación de la Junta General, ayuntamientos y la Agencia Asturiana de Cooperación al Desarrollo.

Con el apoyo institucional se cubren los gastos del viaje, los visados y la organización de los desplazamientos. Las familias se encargan del día a día. «Nos comprometemos a atender al neno o la nena, a vestirlos y alimentarlos. Es decir, las necesidades básicas», cuenta Valentina Barrial, responsable de Vacaciones en Paz en la zona de Gijón.

Las familias también se encargan de la atención sanitaria, uno de los objetivos del programa. «Esto no quiere decir que en los campamentos no haya. La hay en la medida de las posibilidades, teniendo en cuenta que es un campamento de refugiados», precisa Valentina. «Una vez aquí pasan a depender de nuestra tarjeta sanitaria y se revisan cuestiones que allí revisten dificultad. Por ejemplo, paliar una gingivitis o hacer empastes». Para la responsable de Vacaciones en Paz en Gijón, la colaboración de los profesionales sanitarios resulta fundamental. «Existe una buena disposición y agilizan las consultas para detectar posibles patologías», cuenta.

«Fui al médico y me dijo que todo bien», relata contenta Dida, de 12 años. Ajenos a las preocupaciones de los mayores, los niños corren tras el balón por el parque. Nayem, de 12 años, explica las diferencias entre jugar al fútbol en Asturias y en el Sáhara. «Allí el campo es de arena, aquí de 'prao'».

«Aquí hay playa y no hace mucho calor. Vas a la piscina y pasas un verano guapo», resume Agdafma, también de doce años, su verano asturiano. «Voy a muchas fiestas, aprendo cosas guay y pruebo comida que allí en el Sáhara no hay», apunta Shabahi, de 11 años.

Si en algo coinciden estos descendientes de los 'hijos de la nube', acepción que recibían las tribus nómadas que vagaban por el Sáhara en busca de pastos y lluvia, es precisamente en su gusto por el agua. Todos apuntan que de Asturias lo que más les gusta es la playa y la piscina. «Le apuntamos a las actividades de verano de Gijón, como el campus de fútbol o natación, eventos en los que el guaje se pueda integrar», explica uno de los padres de acogida, Félix Otelo.

Como un embarazo

Las familias que forman parte del programa suelen repetir. La de Juan Antonio Díaz es una de ellas. «El primer año lo vivimos casi como un embarazo», confiesa. Tres años después, Dijl, de 13 años, es uno más de la familia. El suyo es un caso especial, pues la edad límite para participar en el programa son los doce. Una edad que se puede ampliar un año siempre que la familia acepte. «Dijl es un niño con un potencial enorme, tiene mucha capacidad de liderazgo. Justo lo que necesita el pueblo saharaui, líderes formados», anotan sus padres adoptivos.

El saharaui es un pueblo que vive desgajado entre los campamentos de Argelia y el Sáhara Occidental. Protectorado español hasta noviembre de 1975, el país fue dividido entre Marruecos y Mauritania con el beneplácito de Franco a seis días de su muerte. A pesar del compromiso de la ONU de celebrar un referéndum de autodeterminación, el proceso se dilata desde hace 28 años.

Conocer la realidad de este pueblo es el tercer pilar del programa. «Es una experiencia muy positiva, sobre todo si en la familia hay niños», señala Juan Antonio. Es el caso de Paula y Nanuk, de 11 años. «Hemos ido juntas de vacaciones», dice Paula. «A Almería, Madrid y Cabezón, y después aquí en Asturias», precisa su hermana saharaui. «También nos enseña sus costumbres, cómo es la vida en el Sáhara», añade Paula.

«Una tormenta lo tiró todo»

Chaima es una niña despierta que con solo doce años resume, del tirón y en pocas frases, la vida en el campamento de El Aaiún. «Allí no tenemos pisos y nos hacemos las casas de arena. El otro día vino una tormenta y lo tiró todo y ahora tenemos que hacerlo otra vez. Si vuelve la tormenta el año que viene lo tira y así, porque no tenemos otra cosa para hacer las casas. El cemento es muy caro y para trabajar no hay tanto. La gente trabaja en lo que puede».

Mercedes Fernández, que lleva siete años participando en el programa, ha comprobado con sus propios ojos la verdad que guardan las palabras de Chaima. «Estuve en el campamento de Smara. Es algo que hay que vivir, entonces te das cuenta de que aquí hacemos un mundo de cualquier cosa. Allí son felices también, muy felices», cuenta.

«Los niños son felices jugando, están todo el día en la calle y no son tan conscientes como las personas adultas de la realidad que están viviendo. Los que lo sufren son los mayores», recuerda Marta Abella sobre su experiencia. Su madre la llevó por primera vez a los campamentos de refugiados cuando tenía 16 años. «Todos los años encadenamos, vienen los niños en verano y vamos nosotros durante el invierno».

Ropa, aceite, miel...

A una semana de la partida, los niños y sus familias comienzan a preparar el equipaje. «Les mandamos ropa, aceite, miel, conservas y material escolar. También algo de dinero, si se puede», enumera Marta.

¿Y los pequeños? ¿Tienen ganas de volver al Sáhara? «Un poco sí», reconoce Handi, de 11 años. Salama y Aziza, ambos de 13, dan la misma respuesta. «Echo de menos a mi familia, pero también quiero volver a pasar dos meses. Quedarme para siempre, sin mi familia, no», confiesa Chaima.

La despedida afecta de forma distinta a los padres de acogida. «Le ves contento porque va a ver a su familia, lo que amortigua la sensación de ansiedad de la ruptura», expresa Félix. «Yo lo pasé mal hace dos años porque la niña que tenía entonces no quería marchar», confiesa Mercedes.

Cuando cumplan la edad límite para participar en 'Vacaciones en Paz', estos jóvenes refugiados tendrán complicado volver a España por su condición de apátridas. Algunos, como Juan Antonio y Dijl, buscan fórmulas para no romper los lazos tras ese último verano. «Yo le digo: Dijl, el día que no puedas venir, iré yo a verte».

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios