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ÓSCAR PANDIELLO
Miércoles, 26 de octubre 2016, 07:54
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Ante la imponente estampa de la Universidad Laboral, pocas explicaciones hacen falta para el observador primerizo: se trata de un edificio grandioso, atractivo y multidisciplinar. Sin embargo, al margen de los aspectos estéticos y arquitectónicos de la construcción, la Laboral fue, ante todo, un espacio donde varias generaciones de estudiantes encontraron un lugar en el que crecer como personas, como estudiantes y como profesionales. «Toda la pauta pedagógica que se llevó a cabo durante tantos años no puede desaparecer. La formación que allí se impartió es un aspecto muy poco reconocido. Se han valorado antes las piedras que las personas», afirmó rotundo Miguel Ángel Caldevilla, catedrático de Educación Secundaria y ex secretario general de la Asociación de Antiguos Alumnos de la institución.
Caldevilla estuvo presente en el Ateneo Jovellanos precisamente para reivindicar esta cara oculta del edificio ideado por Luis Moya: el de un proyecto pedagógico que desde 1978 ha sido archivado y, en muchas ocasiones, estigmatizado. «Este modelo de educación tiene mucho que aportar hoy. Nos encontramos con muchos jóvenes que no saben cómo aplicar lo aprendido en sus carreras en el entorno laboral, y en este tipo de cosas la experiencia de la institución puede ser muy valiosa», aseguró. La base de esta forma de enseñar nació en 1954, cuando aparecieron los jesuitas para hacerse cargo de las clases y de la docencia. Según el catedrático, estos religiosos aportaron a todos los estudiantes que pasaron por la institución unos conocimientos rigurosos, técnicos y profundamente vinculados a la realidad del trabajo. «Nos demostraron que la altura intelectual no solo va unida con hincar los codos sino en el torno, con el bisturí o tocando el violín», apuntó.
Bien de Interés Cultural
Entre los pilares que caracterizaron ese modelo, Caldevilla hizo referencia a algunos aspectos que, por haber ocurrido en la época franquista, apenas son reconocidos en la actualidad por «las nuevas corrientes revisionistas». La Laboral, según manifestó, fue una institución que siguió un patrón social -enfocado a hijos de trabajadores con pocos recursos- con un carácter innovador, integrado y profundamente vinculado al desarrollo económico local y regional.
A su vez, la financiación y mantenimiento corrió a cargo de las Mutualidades Laborales, instituciones formadas por trabajadores, empresarios y representantes del estado que, en conjunción, «decidieron el tipo de juventud que querían formar». Su apertura a la metodología europea y sus profundas raíces asturianistas, según afirmó, completaron una educación nada sectaria y que ayudó a miles de familias a escolarizar a sus hijos. El abandono del modelo e incluso del edificio quedó patente tras la desaparición del modelo de universidades laborales. «Para reconocer la construcción como Bien de Interés Cultural hemos tenido que esperar muchos años. Ahora le toca a la educación», remachó.
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