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Emilio Fernández enseña algunos de sus yelmos y cuchillos.
Un oficio al filo  de la subsistencia

Un oficio al filo de la subsistencia

Emilio Fernández regenta la cuchillería Arsenio, con 43 años de bagaje a sus espaldas, y una de las dos que perdura en la ciudad

ÓSCAR PANDIELLO

Domingo, 11 de diciembre 2016, 00:59

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La puerta del local, con más de cincuenta años a sus espaldas, parece tan robusta como el primer día. No en vano, en su época fue la entrada de una joyería -posteriormente botonería-, de la que también quedaron los armarios y expositores que a día de hoy configuran la tienda. «Son parte de la esencia del negocio. Además, en alguna que otra manifestación ya le cayó a la puerta un petardazo y ahí sigue, como si nada». Desde hace 43 años, las joyas y los relojes han dejado paso a los cuchillos, las tijeras y las espadas. Emilio Fernández sigue la tradición de su padre Arsenio -que da nombre al negocio- y regenta una de las dos cuchillerías que quedan en Gijón, una 'rara avis' que sobrevive al paso del tiempo con entereza y dedicación.

«No me gustó desde siempre. Al principio, venía a ayudar a mi padre por obligación. Y cuando te obligan a algo, la cosa no funciona. Sin embargo, vas haciéndote mayor, echas novia, y comprendes otras necesidades. Fue una transición suave, casi sin querer, y cuando me di cuenta ya estaba hecho a la tienda», rememora. Una de las decisiones que tomó fue especializar el negocio, ya que antes se podría encontrar de todo: lámparas, porcelana, cristalería, conchas, elementos de souvenir... Centrarse resultó necesario para ser diferente respecto a otros negocios. «¿Para qué ibas a vender llaveros de la Santina si ya hay cientos de bazares que lo hacen?».

La fidelidad de sus clientes, fruto de un trato personal y apasionado por el producto, es el único secreto que contempla para seguir funcionando pese a las crisis o a los días con ventas escasas. «Hay que mimar al cliente. Puede que necesites cinco minutos con uno y media hora con otro y eso no te garantiza que te lleve nada. Personalmente, no puedo vender una cosa que no esté convencido de que sea buena. Yo mismo me descubro», reflexiona Fernández. A la hora de enseñar las piezas, su método habitual pasa por sacar un muestrario que se ajuste a la petición del cliente y «hacer que lo toque y maneje, ya que lo que a mí me puede parecer áspero al que va a comprar le puede parecer suave».

Catanas, cascos, escudos...

A la cuchillería llegan clientes de toda España. Desde coleccionistas a profesionales. Algunos compradores, incluso, no llegan a probar el corte de una pieza cara solo para ponerla en exposición totalmente virgen. «Vendo catanas, réplicas históricas de cascos y espadas. De vez en cuando escudos, dagas, puñales, cuchillos de monte, de cocina... esto es un mundo», sintetiza. La posibilidad de que la mercancía caiga en malas manos es, por otra parte, otro de los aspectos inherentes a la profesión. Según afirma, en alguna ocasión ya evitó vender alguna pieza a un cliente que le ofreció una impresión dudosa, aunque «después te viene uno con traje y maletín y puede ser el peor de todos». En definitiva, y como él siempre defiende, «las navajas no son peligrosas, los peligrosos somos nosotros».

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