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Bienestar

JUVENTINO MONTES

Lunes, 20 de marzo 2017, 00:44

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El fin de la Segunda Guerra Mundial trajo una necesidad de cambios de imagen y económicos. La economía capitalista industrializada del siglo XIX, organizada en torno a los principios del liberalismo, consagra la existencia de dos clases sociales: la trabajadora (desprovista de los medios de producción y forzada a vender su fuerza de trabajo) y la burguesa (dueña de esos medios e inclinada a incrementar sus beneficios a costa de las condiciones salariales y laborales de los trabajadores). La socialdemocracia europea fue la impulsora de cambios muy importantes, como el Estado de Bienestar Universal, reconociend,o eso sí, la sociedad de clases.

Aquí, en España, con la llegada al poder del PSOE, se logran, entre otras cosas, la Seguridad Social Universal y se ponen los cimientos para lograr parte del bienestar social que había en una buena parte de los estados de la Unión Europea. Esas mejoras vienen acompañadas de la mayor reconversión industrial de la era moderna, con cierres de plantas siderurgias o astilleros, mientras se pone además la primera piedra para la desaparición de la minería del carbón. Gijón sufre la pérdida de la casi totalidad de los astilleros y el cierre de la mítica Mina La Camocha.

Yo no sé si los cambios introducidos en el bienestar de la ciudadanía en el conjunto de Europa son consecuencia de la lucha y el bien hacer de la socialdemocracia o una concesión de la economía capitalista neoliberal, que en época de bonanza y grandes beneficios necesitó de unos partidos políticos que acometieran los cambios industriales, para seguir ganando dinero a cambio de esas mejoras salariales y sociales. En cualquier caso, se demostró que cuando la economía no es tan boyante, el capitalismo vuelve a apretar a los trabajadores para seguir manteniendo, cuando no incrementando, sus beneficios. Y ahí le sirven los partidos de la derecha como en España o los de la socialdemocracia como en Francia.

Lo más preocupante ya no es la constatación de esta forma de actuar del gran capital, ni tampoco el que algunos partidos políticos se adapten a sus exigencias. Lo triste del asunto es que los líderes de los partidos llamados de izquierdas (los de la derecha ya sabemos que lo llevan en su ADN) sean los mayores defensores de esos privilegios desde los consejos de administración de las empresas del IBEX 35 o que hagan de mayordomos de las personas más ricas del mundo por un puñado de dólares, aunque el puñado sea cuantioso.

No puedo terminar este artículo sin pena al comprobar que los partidos que podrían dar un cambio a la situación no lo van a hacer. En nuestra ciudad podemos comprobar que están secuestrados por algunos individuos que nunca estuvieron a gusto en ningún partido o sindicato y solo buscan la notoriedad que nunca tuvieron ni tendrán por su incapacidad.

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