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ÓSCAR PANDIELLO
Viernes, 19 de mayo 2017, 01:39
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Con más de un siglo de historia a sus espaldas, el declive de los astilleros Juliana resultó ser el fiel reflejo de la decadencia industrial que Gijón empezó a constatar a finales del siglo pasado. De sus instalaciones en El Natahoyo salieron cientos de embarcaciones que, a su vez, sirvieron para sustentar a muchas familias y negocios locales. Ayer, para rememorar su andadura por la empresa, 196 antiguos trabajadores se reunieron en el restaurante Savannah para comer, charlar y repasar sus anécdotas en el mítico astillero gijonés. «Se trabajó mucho, eso desde luego. Ahora, afortunadamente para los que siguen en ello, todo está mucho más mecanizado y el esfuerzo físico ha perdido peso», destaca Ramón Vega, que dedicó 28 años a la empresa. Este albañil y calderero, además del trabajo, destaca la lucha y los «follones» en los que tomaba partido la plantilla para no ver mermadas las condiciones laborales. «Llevamos seis autobuses a Madrid porque querían vender el astillero y llevábamos tres meses sin cobrar», añade.
Una de las organizadoras de la comida es Conchita Lorenzo, una de las pocas mujeres que vivió los mejores años de la empresa. Desempeñó su labor en las oficinas de correspondencia y contabilidad y, tras un bagaje de 18 años, su recuerdo es inmejorable. «Teniendo en cuenta que dejé el astillero por baja voluntaria en 1987 y que en 2017 estoy organizando todo esto, pues imagínate», explica entre risas. Accedió a la empresa en 1969, cuando las instalaciones eran «un verdadero estandarte de la economía local». Sin embargo, a mediados de la década de los 70, los astilleros empezaron a acusar diversos problemas que derivarían en «la gran crisis del sector naval en la que ya no hubo marcha atrás».
Riqueza para toda la ciudad
Entre abrazos, copas de vino y pequeños bocados previos a la comida, Armando Varela habla de sus inicios en la empresa con nostalgia y precisión. «Empecé allí como aprendiz el 10 de octubre de 1959, sábado, a la una de la tarde. Venía de la Fundación Revillagigedo y tenía 14 años», explica. Sus 39 años de faena sirvieron para pasar por varios departamentos antes de acabar como maestro de taller. «Cada puesto del astillero inducía tres en otras industrias y bares de la zona. Eso fue muy importante», afirma.
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