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Canal de alimentación del molino hidráulico, en el río Armijide.
Cenero aprende a «leer el paisaje»

Cenero aprende a «leer el paisaje»

De la mano del programa 'Habitantes Paisajistas', las excursiones están abiertas a cualquier interesado con el aval de la Villa de Veranes

E. C.

Lunes, 19 de junio 2017, 01:00

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Muchas agrupaciones vecinales organizan durante los fines de semana excursiones para conocer alguna playa más o menos próxima, visitar algún paraje natural o urbano destacable en región limítrofe o degustar alguna especialidad en el pueblo donde mejor fama logra el plato. En Cenero, algunos de sus habitantes cambian eso por pequeños recorridos encaminados a conocer mejor la antropología de su parroquia, eso sí, sin cerrar la puerta a los foráneos.

El pegamento que les une se llama 'Habitantes Paisajistas', un programa cultural creado por 'Proyectos Artísticos Casa Antonino', entidad de la que es responsable Virginia López Fernández, que el Museo Arqueológico Villa Romana de Veranes ha incorporado a su oferta de actividades.

«El paisaje es un libro en el que se puede leer», dijo ayer Virginia López poco después de iniciarse un recorrido hasta el molín de Casa del Maestro que comenzó al pie del emblemático tejo de la abadía de Cenero.

Los ejemplos explican claramente qué es lo que se quiere decir con la enigmática expresión de que un vistazo a cuanto nos rodea en el medio rural puede ser suficiente para conocer la cultura de la zona, o sea, esa amalgama de usos y costumbres que durante siglos hicieron que las cosas se hagan de una manera y no de otra.

La primera parada en el recorrido de ayer fue ante una casa tradicional, con su galería y su hórreo y su panera. El antropólogo Adolfo García Martínez reunió en torno suyo a las aproximadamente dos docenas de participantes en la marcha, tal como se dice que hacían los grandes filósofos griegos con sus alumnos, con la particularidad de que él supo fundamentar parte de sus explicaciones en la experiencia y los recuerdos de los caminantes más veteranos. En ese contexto, comentó que el tipo familiar más frecuente era el compuesto por tres generaciones. La mujer, dijo, al casarse pasaba a vivir en casa de los padres de él. Los hermanos del marido podían quedar en casa, como mano de obra, pero a las posibles hermanas se les buscaba matrimonio y, por lo tanto, la salida de casa, con la asignación de una buena dote.

La vara del avellano

Otra característica de esa cultura social era que «los espacios estaban totalmente sexuados. Era muy difícil encontrar a un hombre en la huerta y mucho menos en el lavadero. Incluso en la iglesia existía una distribución por sexo y edad. Cuanto más alejado el espacio de la casa, más exclusivo del hombre, y cuanto más próximo a la casa, mayor presencia de la mujer».

Adolfo García intentó explicar también algunos asuntos de actualidad: «Cuando el hombre deja la zona rural y se instala en la ciudad, detrás de él van los pájaros; luego, las fieras, y al campo llega el matorral». Un avellano junto al río propició otra parada para indicar que ese arbusto autóctono no solo proporcionó fruto, sino también varas rectas y resistentes por las que hacer escalar a fabes y otras plantaciones, así como para «fijar la tierra contra crecidas de los ríos».

El molino de Casa el Maestro fue el destino. Maestro, por cierto, no de escuela, sino industrial, que fue Manuel Fombona, abuelo de homónimo propietario actual. En realidad, se trata de dos molinos. Uno, acabó siendo eléctrico, para utilizarlo en todo tiempo y con mayor producción, que dejó de funcionar hace unas cuatro décadas. El otro, siempre hidráulico, tiene aún bien marcada la canal. «¿Qué no daría un madrileño por un paseo así, junto al río y a la sombra de los árboles?», señaló Adolfo García. «Dicen que quieren playa, pero es que esto no se les enseña», añadió.

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