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Una serie que propone una visión diferente de la ciudad.
El Gijón confinado queda inmortalizado en la pintura

El Gijón confinado queda inmortalizado en la pintura

El acuarelista Beni Rodríguez retrata el vacío y el silencio de la ciudad desde una ventana de la calle Premio Real

ANA RANERA

GIJÓN.

Sábado, 4 de abril 2020, 00:49

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Los semáforos siguen cambiando de color, pero apenas quedan miradas pendientes de sus saltos. La vida lleva otro ritmo y, aunque las historias hayan quedado frenadas en la incertidumbre, la primavera ya se abre camino vigorosa en los árboles desnudos. Beni Rodríguez (Gijón, 1969), miembro de la asociación AcuarelAstur y uno de sus fundadores, no contempla la ciudad pausada, más bien la redescubre en cada mirada, la reinventa en sus imaginaciones y le encuentra la magia sepultada bajo la rutina.

El sol y los días alargándose tímidos invitan a este consolidado acuarelista a salir a la caza de paisajes, pero la salud se impone al clima y a las ganas y confina sin entender de trazos. Entre sus cuatro paredes, le toca a Beni Rodríguez construir sobre el papel los lugares por donde le gustaría perderse y de los que ahora solo puede huir. Al otro lado de su ventana, un séptimo de la calle Premio Real, el cielo grisáceo clarea y deslumbra sobre el blanco de los edificios que se levantan a un puñado de metros de los cristales que lo guardan. Varios bloques dibujan su silueta coronada por las antenas y decorada por la ropa que ondea en los tendales humanizando el silencio que esta vez solo rompen las gaviotas.

Beni Rodríguez recordaba al comienzo del cuadro sus inicios en la pintura. «Empecé como todos, de niño, pintando las paredes de casa y los márgenes de los libros», cuenta. Pero, a diferencia de la mayoría, él no claudicó y siguió dando rienda suelta al dibujo. «Nunca me desvinculé de la pintura, pinto también acrílico y, desde hace casi veinte años, pinto acuarelas», explica. Aunque las casetas de la playa de San Lorenzo sean su recurso preferido -hasta llegar incluso a llamarlo «el pintor de las casetas»-, capta con sus pinceles cualquier escena que se muestre ante sus ojos: la Asturias rural de Espinaréu, la salvaje del cabo Peñas, la más veraniega de una mañana en Estaño y la que deja varadas las barcas cuando baja la marea.

Con el pincel firme entre sus dedos, no pudo esperar más y dio comienzo a su particular espectáculo. Haciendo bailar los trazos veloces sobre el papel, lo que, a primera vista, parecían manchas de tinta entremezclándose incompresibles tornaron rápidamente en un retrato perfecto de un rincón cualquiera de la ciudad en el que tras los portales la vida seguía latiendo invisible. Oteando también el asfalto vacío y las aceras quietas, fue dibujando los tejados y algún escueto balcón, fue ensañándose entonces empapando de color las fachadas desemparejadas, fue fijando la vista en las ventanas con sus párpados a medio caer protegiéndose de la luz que se colaba desde la calle y se recreó con el cielo y con las sombras que competían de un bloque a otro por robar los cálidos rayos de sol. «En el paisaje urbano, te puedes tomar más licencias al pintar, aunque cuando uno está acostumbrado a pintar, pinta casi cualquier cosa», explica.

El silencio y los premios

A este acuarelista, que ha ganado numerosos premios de pintura rápida, le bastaron muy pocos minutos para atrapar aquel instante con tan pura esencia que parece que se oye y se siente. Es tan poderosa la obra que el silencio de la pintura suena, que sus sombras calientan y que su vacío palpita. Beni Rodríguez tuvo que retratar días callados y hacer arte de los lugares hasta los que le alcanzaba la vista, pero, cuando la normalidad vuelva, bañado en ruido, alternando prisas y planes, él tendrá guardado un preciado retal de aquellos fugaces días eternos en los que Gijón quedó repentinamente parado en el tiempo.

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