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Sonia Rubiera.

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Sonia Rubiera. E.C.

Sonia Rubiera, la sonrisa que conquistó Gijón

ROSA VALLE

Lunes, 19 de febrero 2018, 01:48

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El pasado sí importa. Suma, resta, marca, guía, forja, anula. Y sangra, como mi mano ahora sobre el teclado por efecto de la copa rota. Mi mano dejará de sangrar. Hay pasados que llueven sangre infinita. Se ha muerto mi amiga Sonia. Con ella se va una parte de mí, de nosotras. Mis Mónicas, mi querida y perdida Merche, Inma, Cris, Ribadesella por montera, viejos amores y amigos, tantas y tantos rostros de aquellos años de santa inmadurez, insaciable aventura, diario descubrimiento, ilusiones vírgenes, la vida por hacer...

Allí donde asomabas triunfabas. No había tío que no sucumbiera a tus encantos. Todos babeaban por ti, pibón hasta el último de tus días. Pibón no por Barbie, sino por mujer bandera. Lo que más desarmaba era tu sonrisa. Siempre intacta. 'Risitas', te pusieron de mote. Nunca estabas a mal con nadie. Era imposible contigo. Tú eras la maja, la dulce; yo, la borde del dueto. Tan distintas, tan iguales. Rosa y Sonia. Sonia y Rosa, más que hermanas. La gente nos confundía. A mí me llamaban Sonia, a ti te llamaban Rosa.

Nos gustaban las mismas cosas. Por suerte, nunca los mismos chicos. Jugábamos a vestirnos igual... esas cosas de las mujeres en ciernes. Me enseñaste a pintarme, a vestir con estilo. Las chicas, ya se sabe. Chica de cuna sencilla, honrados trabajadores, gente de pueblo y corazón de oro, los pijos de ocho apellidos unidos por guión hacían cola por ser tus amigos, cuando entendían que no podrían ser nada más. Sonia... Sonini, la relaciones del Oasis, la chica de los perfumes del Corte Inglés, la estudiante de Empresariales, la reina de la fiesta, la Escarlata. Tuya era esa máxima de «ya lo pensaré mañana». No había disgusto que pudiera contigo.

Una y mil veces busqué tu cobijo. Una y mil veces disfruté contigo. El viejo 505 heredado, la tienda de campaña de mi hermano y cada fin de semana un destino, en busca de la aventura, tantas veces con Mónica. En Ribadesella echamos el ancla. Allí reincidimos. Yo te acerqué el Sella y sé que el río se quedó contigo.

No quiero dejar de acordarme de tu vespino. Allí te veo hoy subida en mis recuerdos. Fue la caña cuando a mí me compraron la NSR. Menudo paquete que yo llevaba atrás. Te recogía a un kilómetro de tu casa para que tus padres no sospecharan que tu integridad peligraba sobre mis dos ruedas y aquel carenado vacilón. Siempre tan pendientes de ti, tú siempre reacia a darles disgustos. No entendía bien tus mentirijillas piadosas.

Pocas amistades como la nuestra. Íntima hasta donde se extingue el significado. Demasiado. Aquello tenía que acabar mal. Y lo hizo. Un día nos separamos para siempre y no fue posible el reencuentro. Hoy eso ya no importa, amiga. Para mí siempre serás Sonini, hermosa y riendo, con un plan entre las manos para vivir intensamente, como tantos años lo hicimos.

Me cuesta despedirme de ti y eso que estabas tan lejos. Hoy vuelvo a ser aquella cría con quien dormías, a quien achuchabas como Pepe L'amour a la gata Penélope. Tan arisca yo, tú tan cariñosa. Te estoy viendo con tu 'look' marinero y tus perlas camino del Players en sesión de tarde, desde la tu casina de Ceares, en tu bici sin pedigrí. Tú inventaste esa expresión de la «marca Pichurrín» que habita aún hoy en mi palabreru. Nos decíamos cosas muy horteras, blancas y puras como todo lo es en el tiempo de cerezas. Yo era tu «churro», qué cursiladas bonitas.

Tus cartas de amor, de amor de amiga, salen hoy en las cajas que arroja el volcán de la mudanza de la casa familiar, activo, e incluso furioso, en estos días oscuros en que la luz se resiste a alumbrar mi camino.

Me perdí los otros 20 años de tu vida, aunque de ti he sabido por una amiga común, de esas que mezclamos en tiempos de aventura. No conozco ninguna terapia, ni de palo, para consolar a quienes han estado en los otros 20, esos que hoy, rotos, te pierden. Saldrán adelante. Rezaré por que así sea.

Juntas despedíamos amores, pero el nuestro se quedaba. Hasta que un día se fue. Creímos que era invencible, pero nos equivocamos. Cosas de la vida. Cruces y cunetas. La vida es desordenada, como este post. Y jodida, como las terapias sin poderes.

Contigo muere una parte de nosotras, amiga. Ellas saben. El pasado sangra y el presente le imita. Un amigo común me ha dicho que escribiera esto también por él. Creo que lo hago por todos. Por todas. Los de antes. Tu muerte nos acerca. Estúpidas barreras humanas.

Buen viaje, pibón. Sigue conquistando almas allá arriba y Dios guarde a tus chicos en la tierra. Hasta siempre, mi amiga del alma. «[...] Porque la guitarra mía llora cuando dice adiós».

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