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El fracaso de la estrategia israelí en Gaza

Ha respondido a los acontecimientos con su impulso reflejo desde hace décadas: si un problema no se resuelve por la fuerza, apliquemos aún más fuerza. Lo mismo sucede ahora

antonio pita (Excorresponsal de la Agencia Efe en Jerusalén)

Miércoles, 30 de julio 2014, 19:37

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Ocho años. Cuatro ofensivas en Gaza. Muertos. Más de 3.000 palestinos civiles en su mayoría y cerca de un centenar de israelíes, principalmente soldados. Todo este daño para que, mientras los cadáveres aún se apilan en Gaza a diario, ya se esté hablando de un nuevo déjà vu dentro de un par de años, con los mismos protagonistas.

Y es que si algo está dejando patente esta última ofensiva israelí no es la soledad de los palestinos en el tablero mundial (que también), ni la insistencia de Israel por culpar a otros de las muertes que provocan las bombas que lanza, con su momento álgido en la acusación del primer ministro Benjamín Netanyahu de que Hamás quiere palestinos «muertos telegénicos».

La principal conclusión es el absoluto fracaso de la estrategia de Israel ante la Franja, una mezcla de bloqueo y represalias aplicadas a lo largo de los años, con la inestimable colaboración del vecino Egipto, y cuyo mayor logro ha sido sembrar aún más odio y frustración.

Israel no sabe qué hacer con Gaza desde que retiró de allí a sus soldados y colonos en 2005. Un año después, el movimiento islamista Hamás ganó las elecciones legislativas y otro más tarde tomó el control de la Franja por la fuerza tras varios días de enfrentamientos con la otra facción palestina de peso, Fatah. Hamás y Fatah formaron el pasado junio un Gobierno tecnocrático de unidad.

En esos años, Israel ha respondido a los acontecimientos con su impulso reflejo desde hace décadas: si un problema no se resuelve por la fuerza, apliquemos aún más fuerza. Lo mismo sucede ahora. «Independientemente de cómo acabe el conflicto entre Hamás e Israel, dos cosas están claras. La primera es que Israel podrá reivindicar una victoria táctica. La segunda es que habrá sufrido una derrota estratégica», escribe el analista Ariel Ilan Roth, en Foreign Policy. De hecho, pese a la abrumadora superioridad del Ejército israelí, uno de los más potentes del Planeta, Hamás está en cierto modo ganando la partida.

Con un solo cohete a tres kilómetros del aeropuerto Ben Gurión, logró paralizar temporalmente los vuelos de las principales compañías extranjeras, un importante golpe económico y moral que no sucedía desde la Guerra del Golfo de 1991.

Los proyectiles de las milicias palestinas llegan cada vez más lejos y, ya desde 2012, a las dos principales ciudades, Jerusalén y Tel Aviv. Hamás ha logrado además el efecto mediático de anunciar la captura de un soldado israelí, que posteriormente el Ejército ha anunciado que está muerto. Quizás tenga sólo parte del uniforme, pero intentará canjear toda información al respecto por la excarcelación de presos palestinos.

Desde un punto de vista estrictamente militar, Israel es incapaz de detener el lanzamiento de cohetes contra su territorio a través de bombardeos por tierra, mar y aire. Tampoco con la actual operación terrestre. Quizás podría lograrlo, por poco tiempo, con una reinvasión permanente de la franja, por la que sólo abogan los políticos israelíes más derechistas dado el notable coste diplomático y en vidas de soldados que conllevaría. Muchos olvidan que se empezaron a lanzar cohetes desde Gaza cuando el Ejército israelí todavía estaba allá.

«Todo el mundo sabe ya desde hace tiempo que el Ejército israelí no tiene el poder de derrotar a Hamás. Pero cada día que continúa la guerra puede derrotar a Israel como país democrático», escribió recientemente Sami Mijael, escritor israelí y presidente de la mayor asociación de derechos humanos del país, ACRI.

El discurso oficial israelí reza así: «No tenemos alternativa. ¿Qué haría Reino Unido si disparasen cohetes contra su territorio?». La falsa analogía oculta la pregunta clave: ¿Por qué nadie lanza cohetes contra Reino Unido? Precisamente porque no ocupa militarmente territorio alguno ni priva de sus derechos a millones de personas.

Como cualquier otro Estado y como los palestinos, Israel tiene derecho a proteger sus fronteras y a la autodefensa. Pero mientras continúe la ocupación de Palestina (que roza ya el medio siglo) y siga incurriendo en crímenes de guerra y castigo colectivo nunca obtendrá seguridad.

La mayor paradoja es que, en los hechos, Israel recompensa desde hace décadas el uso de la presión y la violencia en su contra, mientras ignora las iniciativas pacíficas. Así sucedió con la retirada del sur del Líbano en 2000 (cuando a demasiados israelíes se les atragantó el goteo constante de soldados caídos a manos de Hizbolá); con la evacuación de Gaza, cinco años después; o ya esta década con el canje del soldado Guilad Shalit por un millar de presos palestinos o con el relajamiento del bloqueo a Gaza, aprobado sólo después de que soldados israelíes matasen a nueve ciudadanos turcos a bordo de un barco en el que fueron recibidos a palos.

En cambio, el actual Gobierno israelí cuestiona y ningunea la incansable apuesta por el diálogo y la no violencia del presidente palestino, Mahmud Abbas, al que Shimon Peres definió como «el mejor líder con el que Israel podrá trabajar».

Es este discurso circular en el que vive encerrado Israel y que actúa como profecía autocumplida: descontextualización de los ataques, represalia desproporcionada y sentimiento de incomprensión ante la opinión pública internacional.

Algunos incidentes y comentarios antisemitas que afloran en momentos como éste reafirman en el país la extendida percepción de que se critica a sus políticos y soldados por representar al Estado judío y no por el derramamiento de sangre. Y así vuelta a empezar.

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