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El humo del incendio se convirtió en una enorme chimenea, en el centro de la ciudad, que se veía desde los alrededores.

La chispa que se fue de control en dos horas

El incendio que parecía inofensivo acabó en tragedia después de que los bomberos se enfrentasen a todo tipo de dificultades

IDOYA REY

Viernes, 8 de abril 2016, 02:24

A las once de la mañana, la vida en la calle Uría, pleno eje comercial y enclave empresarial de la ciudad, discurría con normalidad. Oficinas llenas, algunos trabajadores en la hora del café, clientes de los comercios haciendo su compra y gente que va y viene por una de las vías de la capital más transitadas a diario. También la Policía Local realizaba sus rondas habituales. Un agente fue quien se percató de un hilo de humo que salía de uno de los edificios más elegantes y con más solera de la calle: había un incendio en la primera planta del número 58.

El policía subió al edificio y vio unas chispas que salían de un foco halógeno de la primera planta. Todo apuntaba a un pequeño cortocircuito. Nada grave. Pero las llamas se extendieron con rapidez por la estructura de madera del inmueble. El edificio fue desalojado y los bomberos comenzaron su trabajo. Desde Uría, una hora más tarde, sobre las doce y media, parecía que el fuego estaba controlado. Pronto se volvió indomable.

A la una y cuarto, las llamas se avivaron. Los edificios colindantes fueron desalojados, algunos por los responsables de las empresas que allí se ubicaban. El incendio que parecía inofensivo había trepado varias plantas, había alcanzado la categoría de muy grave. En dos horas el olor a humo se apreciaba en toda la ciudad, una gran chimenea se veía desde los alrededores, las impresionantes llamas circulaban con estupor de boca en boca y por internet y el ruido del helicóptero de Bomberos de Asturias, que habían acudido a colaborar en la extinción, no dejaba de sonar sobrevolando la ciudad.

Las mangueras de los bomberos no daban abasto; desde el suelo parecían no tener fuerza para ganar la altura que precisaban y desde lo alto de la autoescala escupían un endeble chorro de agua. Los testigos observaban enmudecidos, estupefactos, cómo los efectivos del Servicio de Extinción de Incendios y Salvamento picaban losetas de las aceras. Buscaban hidrantes, las salidas de la red de presión de agua, para abastecer líneas de extinción de incendios; intentaban localizar desesperados esa fuerza que necesitaban para combatir el incendio que les tenía en vilo. No los encontraron.

Los bomberos pelearon con toda su energía y sobre las 15.20 horas el incendio parecía de nuevo controlado. El tejado se había derrumbado, pero las llamas estaban dominadas. Algunos efectivos entraron para sofocar el terreno desde el interior. Llegó la hora de que las autoridades suspiraran aliviados. El alcalde, Wenceslao López, y el consejero de Presidencia, Guillermo Martínez, anunciaban a los medios de comunicación que el incendio estaba oficialmente controlado. El reloj marcaba las 16.15 horas. El sosiego duró poco: mientras hablaban ante los micros un estruendo les sorprendió. El edificio se había derrumbado mientras varios bomberos estaban trabajando en lo alto. Dos efectivos desaparecieron entre el humo: Juan Carlos Fernández y Eloy Palacio cayeron entre los escombros.

Sin pausa, ocho compañeros entraron para rescatar a los atrapados. A las 16.37 horas, localizaban a Juan Carlos 'Cuni'. Las primeras noticias son buenas: su estado no parece revestir gravedad. Todavía queda un bombero atrapado, mientras no dejan de llegar más ambulancias y efectivos de la unidad canina de búsqueda. Los bomberos piden la camilla a las cinco y cuarto de la tarde. Su compañero sale en ella tapado totalmente con una sábana blanca. Los presagios son desalentadores. A los veinte minutos, el delegado del Gobierno confirmaba el fallecimiento de Eloy Palacio, precisamente uno de los bomberos de descanso que acudió en el retén de refuerzo. Nadie podía creer lo que había ocurrido. Lo que parecía un incendio inofensivo acabó en absoluta tragedia.

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